Si me preguntas cómo será mi vida dentro de cinco años, te diré que no tengo ni puta idea (aunque se me ocurren unas cuantas sugerencias, que no preferencias). Ahora, que si me preguntas cómo será en cincuenta años, te lo puedo explicar con pelos y señales. Quizás asumir que llegue a cumplir los setenta y seis (si me lo permiten el tabaco, el alcohol y mi soberana estupidez) es mucho asumir. Pero como la medicina del siglo XXI anda muy avanzada, no pierdo la esperanza. El caso es que ya sé dónde viviré, de qué manera y, lo más importante, con quién.
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Cosas que me llegan a la patata (parte 1): ancianos enamorados. |
Tras haber trabajado exitosamente y haberme convertido en un claro referente de la historia de la psicoterapia para sordos, me jubilaré y me retiraré a vivir con mi novio (porque tras años de arduas discusiones, llegaríamos a la conclusión de que no merece la pena estar casados). Viviremos en una casa (nuestra propia, no alquilada) en un pueblo de Galicia, cerca del mar, con dos o tres dormitorios, un par de baños, cocina y salón con chimenea. Y una huertita en la que plantaré tomates, fresas, orégano y tomillo limonero. Conmigo habrá tres gatos (un macho y dos hembras) y mis dos hijos y mis cuatro nietos vendrán a visitarnos un fin de semana al mes.
Sobre esa persona, mi novio de la tercera edad, poco tengo que decir. En realidad tengo la corazonada de que si hablo mucho de él, romperé el hechizo y nada se cumplirá. Basta decir que ya sé quién es, con nombre y apellidos, y de qué manera nos reencontraremos tras una trágica ruptura y décadas de silencio y abandono mutuo.
Llámame fantasioso si quieres, pero sé de buena tinta que no soy el único que alguna vez ha pensado en su novio de la tercera edad. Al fin y al cabo, lo bueno de los ex (ojo, que me estoy tirando de la moto) es que siempre puedes fantasear con ellos.