sábado, 24 de abril de 2010

Cronómetros

Entiendo que a día de hoy es imprescindible saber exactamente la hora que es y el tiempo que te lleva hacer cualquier cosa. Aunque eso siempre me produjo cierta ansiedad. A veces pienso en cómo vivían las personas en el siglo XV, sin tener que estar constantemente mirándose la muñeca para apurar cualquier asunto. Me imagino que sería más bien una cuestión de intuición, que cada uno mediría el tiempo a su manera para organizar la jornada. Algo como lo que hago yo todos los días.

Por ejemplo...

...si estoy caminando, cuento los minutos con canciones (y sé que no soy el único que lo hace). Ir desde mi casa hasta los cines me lleva unas 5 canciones (4 si son de la radio y le añadimos las cuñas). Esto cambia si en vez de estar en movimiento estoy sentado y leyendo: ir de Pontevedra a Santiago en tren me lleva unas 50 páginas de novela aproximadamente o un vistazo general a la Cinemanía.

Para las horas tengo dos opciones: si es de día las mido en películas (un viaje en bus hasta Madrid me da para 2 películas largas, o 3 normales), y si es de noche lo mido en ciclos del sueño (sabiendo que mañana tengo que madrugar, debería volver a casa a tiempo para un par de ciclos).

Cuando el asunto es cuestión de meses, uso los cortes de pelo. Y así hay relaciones de pareja que duran lo que te lleva volver a pasar por la peluquería.

Y si estamos hablando de años, yo hablo de estudios. Muchas veces pienso que me gustaría vivir en mi propia casa, con una familia y un par de gatos en lo que me llevaría volver a estudiar Psicología.



Existe una teoría (el Big Rip) que dice que el universo se expande cada vez más rápido. Y que llegará un día en el que todo estará tan separado que la propia tensión rasgará el universo. Incluso el tiempo, algo tan aparentemente sólido, se rasgará. No es que vaya a detenerse, sino que dejará de existir, literalmente.
Es como un collar de abalorios: si lo tensas mucho, se rompe la goma y todo sale disparado en todas direcciones. Y entonces no bastará con volver a unir los extremos de la goma para rectificar, sino que el collar, si ya no tiene abalorios, simplemente ya no es un collar.

miércoles, 14 de abril de 2010

Deus ex machina.

Primer dato...


Bertrand Russell (filósofo británico) creó a mediados del siglo pasado una analogía sobre la falsabilidad de cualquier religión. A esta analogía se la conoce como la tetera de Russell, y dice lo siguiente:


"Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes.


Pero si yo dijera que -puesto que mi aseveración no puede ser refutada- dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías.


Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores."




Segundo dato...


Los manuales actuales de psiquiatría dicen que un delirio religioso es cualquier creencia falsa de naturaleza religiosa. Eso sí, debe estar fuera de lo que se considera normal para el contexto social del paciente.


En otras palabras... Si muchas personas creen que hace mucho tiempo vino a la Tierra el mismísimo hijo de Dios para salvarnos a todos, están en lo correcto. Pero si yo digo que soy el hijo de Dios venido a la Tierra para salvarnos a todos, soy un psicótico (me pregunto entonces cuál sería el diagnóstico de Jesucristo de haber nacido hoy en día).


O planteándolo de otro modo... Pongamos que en mi pueblo todos creen que la lluvia es la sublime orina de un ser omnipotente con aspecto de lagarto multicolor. Pongamos que yo soy el único de mi pueblo que cree que es un fenómeno meteorológico corriente en un mundo (quizá) creado por el Dios de los cristianos. Los manuales de psiquiatría dirían que padezco una enfermedad mental.


Me llama la atención lo difícil que es diferenciar entre imaginación, fe y realidad.


Dicho esto, dejo la siguiente pregunta en el aire: ¿Qué relación hay entre el descenso del número de piratas y el aumento de la temperatura global durante los últimos 200 años?


La respuesta: Carta de Bobby Henderson al Consejo de Educación de Kansas (en inglés o en cristiano).

jueves, 8 de abril de 2010

Mírate, mírame, y llora.

No me gusta nada la gente que grita. Más allá de ser irritante para mis oídos y mi cabeza, me parece una muestra de vulgaridad, mala educación y falta de madurez. Quizá por eso odio tanto los programas de Telecinco.


Pero hay algo que me molesta aún más: la gente que ME grita. Como si fuese sordo. O estúpido.
Cuando alguien me grita, se gana un billete express al escalón de la calaña más bajuna. Pierde por completo la posibilidad de ponerse a mi altura, de ganarse mi admiración, respeto, interés o simple curiosidad.


Para mí, la mejor forma de desafiar a alguien no es ni subiendo la voz ni amagando arrear hostias. La mejor forma de hacerlo es con la más absoluta serenidad, la mirada fija y relajada, la sonrisa del psicópata (muy parecida a los "dientes, dientes" de la Pantoja) y la articulación del lenguaje más lenta y elegante que se pueda imaginar. O mejor aún, con el silencio. Llega un momento en el que incluso llegas a oír los pensamientos de la persona que tienes delante, ahogándose poco a poco en el ridículo y la incomprensión.



Y lo a gusto que se queda uno después...


Si a Supernanny le funciona, a los demás también. Y más aún teniendo en cuenta que la mayoría de los hombres son (somos) unos lerdos poco preparados para soportar la tortura psicológica.

martes, 6 de abril de 2010

La paja en el ojo ajeno.

Esto de la sociedad avanzada y liberal, la cultura global de la información y el buen rollo anti-retrógrado no es más que una patraña. Hablando claro, en el sexo hay dos asuntos públicamente silenciados que me preocupan: el primero, los prejuicios contra la masturbación femenina; el segundo, la naturaleza de las fantasías sexuales de los hombres.


Por un lado, como digo, la rumorología popular dice que las mujeres no se masturban. O lo hacen menos que los hombres. Y si lo hacen, seguro que están haciendo mal (casi puedo oír al foro de la familia gritando: ¡Cerdas!).
Por mucho que Bibi(ana Aído) nos hable de paridad y demás movidas progre-guays aún estamos a años luz de ver a hombres y mujeres como iguales, por lo menos en el sexo. Pongo un ejemplo: así de primeras se me vienen a la cabeza siete formas diferentes de llamar a la masturbación masculina (haced cuentas y a ver si me sugerís alguna que no conozca). Y sólo dos nombres para la femenina. Y no es casualidad.


- Ellas no se tocan -nos decimos a nosotros mismos-. Son demasiado limpias para hacer algo así. Ni cagan, ni eructan...


Un hombre que se toca a diario es un hombre sano, o un pajillero en el mejor (ojo, que digo mejor) de los casos. Pero si lo hace una mujer, es una viciosa insatisfecha. En nuestra cultura, masturbarse es cosa de varones. Por eso tenemos que buscar tantos nombres diferentes para lo nuestro (y tan pocos para lo suyo).



Por otro lado, durante un tiempo me he tenido una gran duda: ¿en qué piensan los hombres cuando se masturban? A más de uno se lo he preguntado ya, pero sigo sin tener una respuesta clara. Supongo que a mí tampoco me gustaría que me hicieran esa pregunta, más que nada por miedo a quedar mal. Lo veo lógico.
Quiero decir que nadie nos ha enseñado a masturbarnos, a saber en qué debemos pensar cuando lo hacemos. En teoría, ningún hombre sabe cuál es la diferencia entre fantasear sanamente y ser un pervertido, ya que no hay forma de contrastarlo. No mientras siga existiendo este hermetismo.


Tal vez deberíamos darle una oportunidad a la libertad de expresión. Sueño con un mundo en el que las mujeres se asomen a la ventana para gritar a los cuatro vientos que se han tocado. Un mundo en el que los hombres se recomienden sus pensamientos más satisfactorios los unos a los otros como si fuera el catálogo de películas de IMDb.