sábado, 27 de marzo de 2010

Cicatriz (II).



Habían pasado casi tres años desde la última vez que había hablado con él. Tardé en reaccionar cuando la directora de diseño me pidió que me reuniera con Alejandro, "el nuevo fotógrafo de Coruña que iba a colaborar en el próximo número". Me encontré con él en una antigua cafetería del Barrio Gótico y aunque ya llevábamos más de media hora intercambiando opiniones sobre la nueva editorial, la tensión era más que evidente. Al poco nos pusimos a recordar el último año de la carrera.


- Es una pena que cada uno se fuese por un lado. Yo ya no tengo noticias de casi nadie. Éramos una gran pandilla...
- Supongo que es lo habitual -levanté los hombros intentando quitarle importancia a su comentario-. Tampoco hicimos muchos esfuerzos por mantener la amistad.
- Fuimos unos imbéciles -dijo sonriendo mientras miraba su taza café.
- Fuiste un imbécil -le corregí conteniendo mi rabia.


Su sonrisa desapareció al instante y sus ojos se clavaron en los míos con violencia. Se hizo un silencio incómodo que pareció durar una eternidad, hasta que volvió a mirar abajo y continuó removiendo la cucharilla.


- ¿Supiste algo más de ella? -preguntó intentando disipar la tensión.
- No... La última vez que la vi fue el día antes de que os marcharais a Roma. ¿Y tú?
- No, nada. Me dejó al poco tiempo -se hizo otro silencio.


Yo sabía que mentía. Verónica no se había ido, sino que él la había abandonado a las dos semanas de irse a vivir juntos. Igual que con todas las demás chicas con las que había estado. En ese momento me vino una imagen a la cabeza:


- Recuerdo que la misma noche en que me enteré de "lo vuestro" vi el espejo que te había regalado. Yo no tenía ni idea... estaba totalmente roto... ¿Te acuerdas?
- La última chica que me llevé a casa se pasó horas diciéndome que "algo tan feo sólo se merecía ir a la basura" -puso una voz aguda intentando imitarla.
- ¿Y qué hiciste?
- La eché de mi casa, naturalmente -yo no pude reprimir una escandalosa carcajada.
- Me refería al espejo -aclaré entre lágrimas.
- Se fue detrás de ella -empezó a reírse él también.
- ¡Curiosa forma de agradecerle su consejo!
- Fue mi forma de darle la razón... O de decirle que no necesitaba que ninguna mujer dirigiera mi vida.
- ¿No fue suficiente con robarme a Vero, dejarla tirada y arruinar tu vida, que aún necesitas cagarla con todos cuantos se acercan a ti? -aquel comentario me había salido sin pensar. Arrepentido, escondí las manos bajo la mesa para que no notase mi nerviosismo.
- Supongo que me equivoqué desde el principio -me contestó con sorprendente tranquilidad-. Tenías razón, Gabriel... Sólo vi lo que quise ver. Y perdí mucho. Fui un imbécil.
- Sí -nos miramos fijamente-. Lo fuiste.


Continuamos charlando un par de horas más. Nos despedimos con un abrazo y nunca más volvimos a vernos.

domingo, 21 de marzo de 2010

Cicatriz (I).

Estábamos tan entretenidos hablando de viejas historias de la universidad que ninguno de los dos recordaba la hora que era. Sólo cuando sonó el reloj de la cocina nos dimos cuenta de que ya era medianoche. Hacía un cuarto de hora que habíamos quedado con el resto de la pandilla, así que apuramos la última copa de Cointreau de un trago y salimos hacia la entrada de un salto. Gabriel estaba más acostumbrado al alcohol que yo, y no tardó más de tres segundos en vestir su abrigo y su bufanda. Yo me tambaleaba y peleaba con mi chaqueta, intentando meter los brazos por las mangas, cuando él llamó mi atención:


- ¿Qué hace eso ahí? -seguí su mirada y me di cuenta de que hablaba de un espejo que colgaba junto a la puerta del recibidor.


Era un espejo ovalado del tamaño de un plato, con un delgado marco negro de madera. Una grieta con forma de telaraña recorría el espejo desde el centro hasta el borde, como si se hubiese caído alguna vez rompiéndose en varios pedazos. Entre algunas de las juntas incluso se podían ver restos de cola seca.


- Reflejar cosas, como tu careto de borracho -le contesté con sarcasmo.
- ¿No te parece que perturba un poco la armonía de este hogar? -dijo con tono pedante intentando molestarme.
- A mí me gusta...
- Conociéndote seguro que sí.
- ¿Qué pasa con el espejo? -respondí sin entender muy bien su actitud.
- Bueno... un espejo roto ahí, a la vista de cualquiera, no es precisamente el adorno que necesita esta casa. ¿Por qué no lo cambias? -preguntó con suspicacia.
- Porque fue un regalo de una persona muy especial. Aunque sea feo, para mí nunca habrá un espejo tan valioso como este y quiero que todo el mundo lo vea. Por todo lo que representa... no voy a cambiarlo.
- No dudo que le tengas cariño, pero es un espejo inútil. El propósito de los espejos es devolver una imagen clara y ese ya no lo hace.
- Para mí sigue siendo lo suficientemente útil -le contesté ofendido.
- Pero seguirá siendo un espejo roto -continuó él intentando convencerme-. Su reflejo siempre estará deformado y no te dejará ver la mitad de las cosas.

"Pero es que a lo mejor lo que yo necesito es un espejo roto", pensé mientras cogía las llaves. Por un momento había dudado de mis propios argumentos, así que preferí guardar aquellas palabras para mí. Al ver que no le daba réplica, mi amigo interpretó el silencio como una victoria. Salió de la casa y yo le seguí. Antes de apagar la luz pude ver una sonrisa orgullosa en su cara.



Tardé bastante tiempo en descubrir quién de los dos tenía razón.

sábado, 20 de marzo de 2010

El día en que te fuiste a tomar por saco.

El mundo es ya tan cómodo y avanzado que no podríamos concebirlo de otra manera. Somos yonkis de la tecnología. Ahora, eso nos hace tan frágiles que el día en que tengamos que comernos una hostia nos vamos a tragar todos los dientes, uno a uno. Con cuchillo y tenedor.

Si algún día Internet dejase de funcionar el mundo entero se vendría abajo. Algo que en realidad no es tan imposible actualmente. Un chispazo bien fuerte en un par de ciudades y todo se iría a tomar por culo. Así de fácil.

Adiós a la economía mundial, a las telecomunicaciones, a la ropa hortera de segunda mano del Ebay, a los vídeos de gatos del Youtube, a los ligues del Badoo, a las pajas en Cam4, a los grupos del Facebook a favor de la "libertad en la red" (malas personas...), a las chuletas de la Wikipedia...


Estoy convencido de que, si alguna vez llegase a ocurrir (y ocurrirá), muchos se suicidarían. Otros viviríamos tranquilos sabiendo que nunca más tendríamos que rechazar invitaciones del Farmville de personas que ni siquiera nos caen bien. Empezaríamos de cero, volveríamos a las bibliotecas, quedaríamos con nuestros únicos cuatro amigos de verdad, jugaríamos más con nuestras mascotas, disfrutaríamos más del sexo en pareja...

Se dice que no echamos de menos algo hasta que lo perdemos. Quiero creer que no siempre es así.
Y mientras tanto, yo espero pacientemente un apocalipsis zombie para que llegue ese momento.

jueves, 11 de marzo de 2010

Sinceramente, querida, eso no me importa.

Lo mejor de ser adolescente es la ingenuindad. Y lo bueno de ser ingenuo es que el mundo parece simple hasta rozar la estupidez. Tan estúpido como juzgar a las personas como buenas o malas, sin tonos intermedios. Ahora estoy convencido de que es bastante difícil etiquetar a la gente tan a la ligera, que hay villanos y "villanos" y que no todos los santos están cortados con el mismo patrón.

Creo de verdad que las personas en las que más confiamos son las primeras en decepcionarnos (y en traicionarnos si surge la oportunidad). Quizá la confianza sea precisamente el problema... quizá esperamos tanto de nuestr@s amig@s que cualquier desliz (intencionado o no), por pequeño que sea, se magnifica y dramatiza hasta convertirlo en imperdonable. Y por eso cuesta tanto marcar el límite entre lo bueno y lo malo.


Por poner un ejemplo: Scarlett y Rhett (los de arriba) eran malas personas. Muy, muy malas. Mentían, manipulaban, eran egoístas y todas sus palabras, acciones y pensamientos eran de dudosa moralidad. Lo que hoy en día llamaríamos hijos de puta, con todas las letras.
La diferencia entre ambos es que ella no reconocía serlo (incluso se creía mejor que los demás), mientras que él enseguida se lo advertía a quienes se le acercaban (hacía tiempo que había renunciado al honor).
Vamos, que no es lo mismo dar puñaladas por la espalda que darlas de frente y con previo aviso. Yo, si tuviera o tuviese la oportunidad de elegir, preferiría que quien me fuese a fallar me lo advirtiera con antelación, que no es lo mismo ser un hijo de puta que un hijo de la gran puta (a éstos los digiero peor).


En cuanto a las buenas personas... como me dijo una profesora hace unos años: "Fíate más de las putas que de las santas". Aún hoy me lo sigo creyendo, por cierto.

El mundo está lleno de buena voluntad, pero a la hora de la verdad pocos son quienes la tienen. Por eso hace tiempo que perdí mi confianza en algunos/muchos/los seres humanos.

jueves, 4 de marzo de 2010

El punto ciego.

El punto ciego es una pequeña área del ojo en la que, literalmente, no vemos nada. Para resumirlo y que se entienda... es una diminuta zona de la retina en la que no hay ninguna célula que capte la luz y que pueda elaborar una imagen que enviar al cerebro.
Es como una laguna. Un vacío. Más pequeño que una lenteja, por cierto.
Y aún así tenemos la sensación de ver todo lo que tenemos delante de nuestras narices.

Para verlo (o no verlo, mejor dicho), un ejemplo: cierra el ojo derecho y mira fijamente la cruz con el izquierdo; poco a poco ve acercando la cara hacia la cruz, sin retirar la vista de ella; llegará un momento en el que el punto de la izquierda desaparecerá. Ése es el punto ciego.














La coña viene cuando descubres que ese vacío no es tal. Que el cerebro, tan espabilado él, se encarga de rellenarlo de la forma que le conviene. Por ejemplo, pintándolo de blanco.

Si ahora damos otro paso más... vuelve a hacer lo mismo con la siguiente imagen:














Si ha ido bien, habrás comprobado que ahora no hay un espacio en blanco, sino que verás las barras blancas y negras, como si no existiera ningún punto en medio. El cerebro no rellena a lo tonto, sino que lo hace del modo que cree más coherente.

Para hacerlo redondo, el último ejemplo:














Ya no es sólo una cuestión de blanco y negro, ni de simples barras verticales. El cerebro, en mucho menos de lo que dura un parpadeo, puede estudiar el mosaico que rodea a ese punto ciego, identificar los colores que ve y situarlos en el espacio para, al final, poner un parche perfecto.

Me encanta esto del punto ciego porque es el mejor ejemplo de que no todo lo que vemos es real. Mucha cosas que damos por hecho como reales son productos de nuestra mente. Estamos muy acostumbrados a ver lo que queremos ver. O, por lo menos, lo que nuestro coco quiere que veamos.

Normal que luego cada uno vea el mundo a su manera...