domingo, 21 de marzo de 2010

Cicatriz (I).

Estábamos tan entretenidos hablando de viejas historias de la universidad que ninguno de los dos recordaba la hora que era. Sólo cuando sonó el reloj de la cocina nos dimos cuenta de que ya era medianoche. Hacía un cuarto de hora que habíamos quedado con el resto de la pandilla, así que apuramos la última copa de Cointreau de un trago y salimos hacia la entrada de un salto. Gabriel estaba más acostumbrado al alcohol que yo, y no tardó más de tres segundos en vestir su abrigo y su bufanda. Yo me tambaleaba y peleaba con mi chaqueta, intentando meter los brazos por las mangas, cuando él llamó mi atención:


- ¿Qué hace eso ahí? -seguí su mirada y me di cuenta de que hablaba de un espejo que colgaba junto a la puerta del recibidor.


Era un espejo ovalado del tamaño de un plato, con un delgado marco negro de madera. Una grieta con forma de telaraña recorría el espejo desde el centro hasta el borde, como si se hubiese caído alguna vez rompiéndose en varios pedazos. Entre algunas de las juntas incluso se podían ver restos de cola seca.


- Reflejar cosas, como tu careto de borracho -le contesté con sarcasmo.
- ¿No te parece que perturba un poco la armonía de este hogar? -dijo con tono pedante intentando molestarme.
- A mí me gusta...
- Conociéndote seguro que sí.
- ¿Qué pasa con el espejo? -respondí sin entender muy bien su actitud.
- Bueno... un espejo roto ahí, a la vista de cualquiera, no es precisamente el adorno que necesita esta casa. ¿Por qué no lo cambias? -preguntó con suspicacia.
- Porque fue un regalo de una persona muy especial. Aunque sea feo, para mí nunca habrá un espejo tan valioso como este y quiero que todo el mundo lo vea. Por todo lo que representa... no voy a cambiarlo.
- No dudo que le tengas cariño, pero es un espejo inútil. El propósito de los espejos es devolver una imagen clara y ese ya no lo hace.
- Para mí sigue siendo lo suficientemente útil -le contesté ofendido.
- Pero seguirá siendo un espejo roto -continuó él intentando convencerme-. Su reflejo siempre estará deformado y no te dejará ver la mitad de las cosas.

"Pero es que a lo mejor lo que yo necesito es un espejo roto", pensé mientras cogía las llaves. Por un momento había dudado de mis propios argumentos, así que preferí guardar aquellas palabras para mí. Al ver que no le daba réplica, mi amigo interpretó el silencio como una victoria. Salió de la casa y yo le seguí. Antes de apagar la luz pude ver una sonrisa orgullosa en su cara.



Tardé bastante tiempo en descubrir quién de los dos tenía razón.

1 comentario:

  1. ¿Y quién la tenía?

    A veces llenamos la casa de espejos rotos, relojes estropeados, lámparas que no se encienden y libretas sin páginas, de tal forma que no dejamos espacio para nuevos tesoros. Es un síndrome muy común :) supongo que es algo propio de coleccionistas empedernidos... ¿Lo necesitamos? No sé... ¿Quién tenía razón Edu?

    Un beso!

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