jueves, 4 de marzo de 2010

El punto ciego.

El punto ciego es una pequeña área del ojo en la que, literalmente, no vemos nada. Para resumirlo y que se entienda... es una diminuta zona de la retina en la que no hay ninguna célula que capte la luz y que pueda elaborar una imagen que enviar al cerebro.
Es como una laguna. Un vacío. Más pequeño que una lenteja, por cierto.
Y aún así tenemos la sensación de ver todo lo que tenemos delante de nuestras narices.

Para verlo (o no verlo, mejor dicho), un ejemplo: cierra el ojo derecho y mira fijamente la cruz con el izquierdo; poco a poco ve acercando la cara hacia la cruz, sin retirar la vista de ella; llegará un momento en el que el punto de la izquierda desaparecerá. Ése es el punto ciego.














La coña viene cuando descubres que ese vacío no es tal. Que el cerebro, tan espabilado él, se encarga de rellenarlo de la forma que le conviene. Por ejemplo, pintándolo de blanco.

Si ahora damos otro paso más... vuelve a hacer lo mismo con la siguiente imagen:














Si ha ido bien, habrás comprobado que ahora no hay un espacio en blanco, sino que verás las barras blancas y negras, como si no existiera ningún punto en medio. El cerebro no rellena a lo tonto, sino que lo hace del modo que cree más coherente.

Para hacerlo redondo, el último ejemplo:














Ya no es sólo una cuestión de blanco y negro, ni de simples barras verticales. El cerebro, en mucho menos de lo que dura un parpadeo, puede estudiar el mosaico que rodea a ese punto ciego, identificar los colores que ve y situarlos en el espacio para, al final, poner un parche perfecto.

Me encanta esto del punto ciego porque es el mejor ejemplo de que no todo lo que vemos es real. Mucha cosas que damos por hecho como reales son productos de nuestra mente. Estamos muy acostumbrados a ver lo que queremos ver. O, por lo menos, lo que nuestro coco quiere que veamos.

Normal que luego cada uno vea el mundo a su manera...

No hay comentarios:

Publicar un comentario