lunes, 5 de septiembre de 2011

La entropía y el profesor Helveg.


El destino quiso que Argus Helveg, profesor de física en la Universidad de Copenhague, se convirtiera en uno de los protagonistas de la historia desconocida del siglo XXI. Todo sucedió la noche del 16 de noviembre de 2004, cuando el maestro decidió darse un baño para despojarse de toda la tensión que había acumulado durante la jornada.

Nada más sumergirse en el agua caliente notó cómo sus músculos se ablandaban y su mente se evadía. La sensación no tardó en hacerse realidad: como si fuera un terrón de azúcar, su cuerpo empezó a disolverse hasta quedar reducido a un montón de moléculas que nadaban de forma errática.

Su esposa, la señora Anna Helveg, llegó a casa una hora después. Ignorando el funesto destino de su marido y extrañada al ver la bañera llena de agua tibia, retiró el tapón, provocando que el profesor se perdiera para siempre por las cañerías.

Años después, un pescador noruego afirmó haber encontrado la boca recompuesta del señor Helveg, que declaró: "Al contrario de lo que opinan los expertos, viajar a través de las cloacas ha sido la experiencia más enriquecedora de mi vida".

jueves, 1 de septiembre de 2011

El capítulo 1.

Mi vida empezó como una película, o por lo menos así es como me gusta verlo a mí. Sé perfectamente cual es mi primer recuerdo, la primera escena de mi vida con cierta coherencia y argumento. Todo lo que existió antes de eso son ideas sueltas, sensaciones muy simples y breves sin demasiada importancia: la imagen de la estufa de leña en mi antiguo piso, el sofá en el que me sentaba a comer galletas, un caballo de juguete en el que mis hermanos escondían ceras de colores...

La escena en cuestión ocurrió cuando yo tenía tres años. Por aquel entonces vivía en Beluso, un pueblo de la provincia de Pontevedra, en un piso de alquiler cerca del colegio en el que trabajaba mi padre. Recuerdo que fui a la habitación de mi hermana, que estaba al fondo del pasillo. Cuando entré vi que estaba bastante desordenada. No me moví mucho, solo di media vuelta y arrimé la puerta para cerrarla. Cuando lo hice vi que de una percha pegada en la puerta colgaba un disfraz que mi hermana había usado en carnaval (iba de mariposa, con telas amarillas, rosas y verdes) y detrás de éste, un espejo alargado. Aparté el disfraz hacia un lado para poder ver bien el reflejo y allí me vi.

Me quedé mirándome a mí mismo durante un rato. No sé por qué, pero en ese momento fui totalmente consciente de que el que estaba ahí delante era yo mismo, como si nunca antes hubiera pensado en mí como una persona con mente propia. Fue como si me hubiera dicho a mí mismo "aquí estás, por fin".

Recortar con punzón: otro de los grandes momentos de la infancia.

A partir de ese momento tuve la sensación de percibir el mundo de una forma diferente, más compleja y con más sentido. Desde aquella, los recuerdos son más ricos y estructurados: la noche de San Juan en la que mi hermano se quemó una mano, mi mejor amigo Lucas y yo jugando a los médicos detrás del sofá de su salón, el día en que mi abuelo se quedó conmigo para vigilar que no me escapase a jugar en la nieve, mi madre persiguiendo un pájaro que se había colado en casa...

Lo malo de crecer es que la vida se hace más seria y ya no quedan tantos momentos felices que rememorar. De hecho, creo nuestros cerebros se esfuerzan más tratando de reprimir los malos recuerdos que de recuperar los buenos.