jueves, 1 de septiembre de 2011

El capítulo 1.

Mi vida empezó como una película, o por lo menos así es como me gusta verlo a mí. Sé perfectamente cual es mi primer recuerdo, la primera escena de mi vida con cierta coherencia y argumento. Todo lo que existió antes de eso son ideas sueltas, sensaciones muy simples y breves sin demasiada importancia: la imagen de la estufa de leña en mi antiguo piso, el sofá en el que me sentaba a comer galletas, un caballo de juguete en el que mis hermanos escondían ceras de colores...

La escena en cuestión ocurrió cuando yo tenía tres años. Por aquel entonces vivía en Beluso, un pueblo de la provincia de Pontevedra, en un piso de alquiler cerca del colegio en el que trabajaba mi padre. Recuerdo que fui a la habitación de mi hermana, que estaba al fondo del pasillo. Cuando entré vi que estaba bastante desordenada. No me moví mucho, solo di media vuelta y arrimé la puerta para cerrarla. Cuando lo hice vi que de una percha pegada en la puerta colgaba un disfraz que mi hermana había usado en carnaval (iba de mariposa, con telas amarillas, rosas y verdes) y detrás de éste, un espejo alargado. Aparté el disfraz hacia un lado para poder ver bien el reflejo y allí me vi.

Me quedé mirándome a mí mismo durante un rato. No sé por qué, pero en ese momento fui totalmente consciente de que el que estaba ahí delante era yo mismo, como si nunca antes hubiera pensado en mí como una persona con mente propia. Fue como si me hubiera dicho a mí mismo "aquí estás, por fin".

Recortar con punzón: otro de los grandes momentos de la infancia.

A partir de ese momento tuve la sensación de percibir el mundo de una forma diferente, más compleja y con más sentido. Desde aquella, los recuerdos son más ricos y estructurados: la noche de San Juan en la que mi hermano se quemó una mano, mi mejor amigo Lucas y yo jugando a los médicos detrás del sofá de su salón, el día en que mi abuelo se quedó conmigo para vigilar que no me escapase a jugar en la nieve, mi madre persiguiendo un pájaro que se había colado en casa...

Lo malo de crecer es que la vida se hace más seria y ya no quedan tantos momentos felices que rememorar. De hecho, creo nuestros cerebros se esfuerzan más tratando de reprimir los malos recuerdos que de recuperar los buenos.

3 comentarios:

  1. El otro día leí que es imposible tener recuerdos antes de los cuatro años.
    Mentira cochina.
    Ah, y nunca dejes un punzón a un niño enfadado.

    Gran post, por cierto :)

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  2. Creo... si mi cabeza anda en su sitio, que en mis apuntes de la facultad ponía que empezabamos a recordar desde los 3 años.
    Y no creo que ahora tengamos menos momentos felices, es que simplemente recordamos los malos con más facilidad.

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  3. Uno de mis tíos afirmaba que se recordaba a sí mismo de bebé, en su cuna. Nadie le creyó nunca.

    Me ha encantado este post, espero más capítulos próximamente.

    Saludos!

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