lunes, 21 de febrero de 2011

Última voluntad y testamento.

Como aborto de neurocientífico que soy, muchas veces he pensado en esa curiosa obsesión que tenemos los seres humanos por nuestra propia muerte. O mejor dicho, por evitarla. Está claro que los muchos avances técnicos y médicos aún no son suficientes, que todos los esfuerzos que se puedan hacer por alcanzar la vida eterna son solo chapuzas difíciles de digerir. Por no decir que cuanto más tiempo vivamos, la probabilidad de desarrollar una enfermedad de esas chungas también crece (y aún hay quien se pregunta por qué el cáncer o el alzheimer están tan de moda). Nuestro cuerpo, tan inteligente él, está programado para morir sí o sí. No hay forma de evitar ser pasto de los gusanos... hasta hoy.


Hace un tiempo, una persona me explicaba cómo le gustaría que fuese su funeral y, no sé de qué manera, llegamos a la conclusión de que Internet es una buena herramienta para perdurar ultratumba. La idea base es que mientras tu Facebook siga abierto, tú estarás vivo. Sabiendo eso, el resto es pan comido.

El anonimato de nuestro cómplice es crucial para lograr el éxito.


El procedimiento para conseguir la inmortalidad sería el siguiente: lo primero es hacernos con un aliado, una persona de confianza que nos conozca hasta el extremo (que sepa, por ejemplo, cuántos lunares tenemos en el culo) y que sea capaz de montar la farsa perfecta. Una vez elegido, incluiremos en nuestro testamento una carta dirigida a él (o ella) en la que figuren todas las contraseñas de cualquier aplicación de Internet que usemos habitualmente. Con esos dos pasos, ya está casi conseguido.

Para terminar la faena, nuestro alter ego sólo tendría que entrar en nuestras sesiones y actualizar el
nick o estado con cierta regularidad. A ser posible, con frases más o menos ingeniosas sobre la vida al otro lado: "Aquí abajo hace calorcito", "Ya han pasado cuatro meses y aún no me he cruzado con Jesucristo... empiezo a sospechar", "El cielo de los perros no existe, es todo mentira"... Lo de ponerse a hablar en el Messenger o enviar privados por el Facebook ya son palabras mayores, una opción válida sólo para los más osados y morbosos. También se puede conseguir un mayor impacto si en nuestra tumba reza un epitafio al estilo "No os libraréis de mí tan pronto".

Quizá todo esto roce la ilegalidad y el mal gusto, pero a mí me parece una idea redonda. Pensad en esto, que yo mientras decidiré quién es el mejor candidato para mantenerme vivo en la red.

viernes, 11 de febrero de 2011

Ha perdido usted su corazón.

El buen psicólogo, a diferencia de toda la demás escoria y siempre según los manuales de biblioteca, debe reunir una serie de características. A saber: empatía, objetividad, flexibilidad mental, capacidad de observación, análisis y síntesis, saber escuchar o saber adaptarse al lenguaje del paciente (palabra que me escuece, por cierto), entre otras. Supongo que el hecho de que yo me pase todo eso por mi viril escroto me convierte en un pésimo psicólogo. El caso es que gracias a mi experiencia hasta ahora (que tampoco es mucha) y a mi historia vital, me he elaborado mi propia guía para el buen proceder dentro de la terapia. Básicamente son cuatro normas.

Las miradas de lascivia también están aceptadas durante la sesión a fin de crear confusión.

La primera es que nunca jamás se debe ayudar a una persona que no te ha pedido ayuda, salvo que te lo ordene un juez. Hacer lo contrario es meterte donde no te llaman y todo se convierte en algo personal. Y aún cuando te pidan ayuda, hay que asegurarse de que realmente la necesitan.

La segunda dice que nunca debes fiarte de las personas que presumen de ser buenas o de fiar, ni de las que lloran en cuanto tienen oportunidad. No sé si me habré convertido en un monstruo, pero las lágrimas me producen una profunda indiferencia.

Siempre que la persona que tienes delante quiera hacerte perder el tiempo hablando de cosas irrelevantes (que suele ser casi siempre) hay que hacer una de las siguientes cosas: hacerle sentir mal por hablar demasiado o aprovechar esos momentos de vacío informativo para hacer la lista de la compra, repasar otras tareas o dibujar.

La cuarta y última regla consiste en dejarle bien claro a esa persona que salir adelante o hundirse en la mierda es decisión suya. Es su vida y su responsabilidad, y yo seguiré cobrando mi sueldo a fin de mes sea cual sea el resultado. La triste realidad es que hay muchas personas que disfrutan amargándose la vida y cuanto más les pidas que dejen de hacerlo, más ganas tendrán de llevarte la contraria. Y eso no debería quitarle el sueño a nadie. Desde luego no a mí.

domingo, 6 de febrero de 2011

Sé lo que hiciste.

A la hora de redactar un currículum hay un par de normas a tener en cuenta: la primera, que nunca se debe mentir; la segunda, que siempre se debe exagerar todo lo que sea exagerable (y no contrastable). Por ejemplo, si alguna vez has ayudado a un compañero de instituto con los deberes ya puedes incluir una línea que diga "profesor particular de pasantía a alumnos de secundaria". O si te ha tocado vigilar a la abuela durante un fin de semana, bien puedes ser "cuidador de personas de tercera edad". O "canguro" si alguna vez el vecino te ha endosado a sus pequeños bastardos.

El truco está en adornar un poco la realidad y no avergonzarse de nada que se haya hecho. Más bien todo lo contrario: en un proceso de selección, presumir de experiencia es lo que te diferenciará de los demás candidatos, aunque tu experiencia sea de dudosa honorabilidad.

La imaginación no tiene límites. La vergüenza sí. Una lástima...


La puesta en práctica de estas ideas es un poco más difícil de lo que aparenta. Y no lo digo por experiencia propia (que sí, yo también he adornado mi currículum, y no, no me ha acarreado ningún dilema moral) sino por ciertas cosas que empiezo a ver en el mundo que nos rodea. Cosas de esas que podrían pasar desapercibidas hasta que te das cuenta de que alguien las ha hecho y puesto ahí, cosas que deberían estar incluidas en algunos currículum (sí, en plural se dice igual) pero cuya autoría es más desconocida que el paradero de Carmen Sandiego.


¿O acaso alguien sabe de dónde salen los vídeoclips (por llamarlos de alguna forma) que acompañan a las canciones de karaoke? Su calidad es muy inferior a la de un vídeo profesional pero muy superior a la del típico montaje del moviemaker que podríamos hacer cualquiera de nosotros. Por no hablar de esa extraña estética desfasada y esa obsesión por incluir paisajes montañosos, campos con flores o chicas en bikini. Entonces, ¿quién los crea y por qué?

Algo parecido ocurre con los juguetes sexuales, con la sutil diferencia de que las personas que los diseñan me parecen auténticos genios que deberían estar nominados para algún Nobel (me es indiferente que sea el de medicina, el de economía o el de la paz). Sin ellos, el mundo sería un lugar mucho más gris y la masturbación sería un simple pasatiempo vacío y no el octavo arte que es hoy en día.

Lo sé, soy un eterno utópico. Pero de verdad estoy convencido de que la vergüenza es el gran obstáculo de la humanidad. Si los creadores de vídeos de karaoke, los diseñadores de cipotes de goma, las actrices que anuncian productos para el picor vaginal, o las personas que donan su pelo para hacer pelucas fueran más visibles para la sociedad, todo iría como la seda. Al fin y al cabo, creo que son trabajos tan dignos como ser puta o estilista de Lady Gaga.