viernes, 11 de febrero de 2011

Ha perdido usted su corazón.

El buen psicólogo, a diferencia de toda la demás escoria y siempre según los manuales de biblioteca, debe reunir una serie de características. A saber: empatía, objetividad, flexibilidad mental, capacidad de observación, análisis y síntesis, saber escuchar o saber adaptarse al lenguaje del paciente (palabra que me escuece, por cierto), entre otras. Supongo que el hecho de que yo me pase todo eso por mi viril escroto me convierte en un pésimo psicólogo. El caso es que gracias a mi experiencia hasta ahora (que tampoco es mucha) y a mi historia vital, me he elaborado mi propia guía para el buen proceder dentro de la terapia. Básicamente son cuatro normas.

Las miradas de lascivia también están aceptadas durante la sesión a fin de crear confusión.

La primera es que nunca jamás se debe ayudar a una persona que no te ha pedido ayuda, salvo que te lo ordene un juez. Hacer lo contrario es meterte donde no te llaman y todo se convierte en algo personal. Y aún cuando te pidan ayuda, hay que asegurarse de que realmente la necesitan.

La segunda dice que nunca debes fiarte de las personas que presumen de ser buenas o de fiar, ni de las que lloran en cuanto tienen oportunidad. No sé si me habré convertido en un monstruo, pero las lágrimas me producen una profunda indiferencia.

Siempre que la persona que tienes delante quiera hacerte perder el tiempo hablando de cosas irrelevantes (que suele ser casi siempre) hay que hacer una de las siguientes cosas: hacerle sentir mal por hablar demasiado o aprovechar esos momentos de vacío informativo para hacer la lista de la compra, repasar otras tareas o dibujar.

La cuarta y última regla consiste en dejarle bien claro a esa persona que salir adelante o hundirse en la mierda es decisión suya. Es su vida y su responsabilidad, y yo seguiré cobrando mi sueldo a fin de mes sea cual sea el resultado. La triste realidad es que hay muchas personas que disfrutan amargándose la vida y cuanto más les pidas que dejen de hacerlo, más ganas tendrán de llevarte la contraria. Y eso no debería quitarle el sueño a nadie. Desde luego no a mí.

2 comentarios:

  1. Ir a consulta con el hombre de hojalata... de hoja de lata, como dicen en la película.

    Y aunque sabe Jude Law que tal vez me hubiese venido bien..., jamás he ido a la consulta de ninguno.

    Me imagino la cosa como algo así:

    - ¿Cómo estás?
    - Bien, ¿y usted?

    xD

    Los problemas con uno mismo no creo yo que se solucionen con los demás; si además para decir mal, o llorar, tienes que subir a lo alto de una montaña y asegurarte que no hay mas nadie...

    Al leerte ese comentario sobre la gente que llora, me acordé de una chica en clase, a mi lado, que se puso a llorar porque había suspendido un examen... Yo pensé, "por favor", y la ignoré mientras venía corriendo a salvarla otra chica que le aplicó unas cuantos - horribles - frotamientos de lomo xD.

    Un abrazo psicosomático

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  2. Pues una chica que llora por suspender un examen no debe despreciarse, porque son unas lágrimas difíciles. Encantada de leer tu artículo, tienes toda la razón.

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