lunes, 20 de junio de 2011

O te mueves o caducas.

Este fin de semana he vivido mi primera "boda de amigo", una experiencia clave para la salud mental y hepática de cualquier ser humano. El balance general ha sido muy positivo: me he reencontrado con compañeros de la facultad, hemos recordado algunos episodios, nos hemos puesto al día, me lo he pasado teta y me he emocionado tanto como cuando casi matan al Doctor Carter en Urgencias. Ha habido tiempo hasta para vivir alguna que otra escena con banda sonora original incluida, de esas que quedarán siempre grabadas en formato digital o analógico (en el fondo del cerebro, para los que no usamos tecnología).

No viviré tranquilo hasta que alguien me invite a una boda rusa.

El caso es que nunca creí en el matrimonio como símbolo del amor eterno. De hecho, ya me cuesta creer en el amor eterno a secas, y eso que soy muy romántico cuando quiero. Lo curioso es que no son pocas las personas que conozco que han decidido unirse (religiosa o laicamente) para siempre y lo consiguen. Y sin embargo, para mí es difícil entender, por ejemplo, cómo mis padres pueden llevar tanto tiempo juntos sin morir en el intento. Supongo que es una de esas cosas que sólo las comprendes cuando las vives en tus propias carnes.

Hay gente que ha nacido para casarse. Y también hay quien ha nacido para emparejarse sin muchas expectativas, o quien sólo quiere convertir su vida en un álbum de recuerdos sexuales sin mayor compromiso. Ninguna opción es mejor que otra, todo depende del lugar, el momento y la persona. Reconocer cuál de esas opciones es la que te corresponde y llevar una vida consecuente con tus principios es uno de los mayores gestos de madurez personal, aunque también es una tarea jodida y es fácil equivocarse de bando. Pero si hay algo más difícil todavía es aceptar los caminos que toman los demás. No seré tan hipócrita como para presumir de buenrollismo tolerante, cuando en realidad soy el último en decidirme y el primero en juzgar. Y esa es precisamente mi mayor y más obvia inmadurez.
 

sábado, 4 de junio de 2011

Mercator el mentiroso y Peters el ladrón.

En el año 1569, un hombre llamado Gerardus Mercator creó el mapa del mundo más conocido de la historia. De hecho, es el que se sigue usando hoy en casi todos los atlas, libros de geografía e incluso en el Google Maps. Este mapa, sin embargo, es una de las mayores mentiras creadas y creídas por la humanidad. No es que Mercator fuese una mala persona (el hombre hizo lo que pudo con toda su buena intención), sino que fue la mentalidad eurocéntrica de la época la que lo utilizó como medio para disimular sus complejos.
El caso es que la proyección de Mercator tiene errores como elefantes y da libertad a peligrosas interpretaciones geopolíticas. Para entenderlo claramente, es un mapa que exagera el tamaño de los países a medida que se acercan a los polos, mientras que lo que está más próximo al ecuador queda reducido a la mínima expresión. El ejemplo perfecto sería el siguiente: a simple vista, Groenlandia parece tener casi la misma extensión que África, cuando en realidad es catorce veces menor. Se podrían hacer comparaciones igual de sangrantes con muchas otras regiones del planeta.
Fue necesario esperar hasta la segunda mitad del siglo XX para que otro hombre, Arno Peters, pusiera el grito en el cielo y las cosas en su lugar. Él fue quien creó un nuevo plano, más fiel a la realidad (aunque no exacto, que conste). Este nuevo mapa representa de forma mucho más precisa la verdadera superficie de los continentes y te permite ver las cosas desde una nueva perspectiva. A pesar de todo, dado que Peters era cineasta (y no cartógrafo) y que en realidad la idea se la había robado a un clérigo escocés llamado James Gall, casi nadie prestó atención a su intento de revolución social.
www.elpais.com - Europa es una cagada de mosca.


Con esto y un par de nociones de economía y política global, no es difícil entender por qué Europa siempre se representa en el centro del mapamundi, o por qué el Norte se puso arriba y no abajo. Se ve que eso de que "el tamaño sí importa" no es solo aplicable a las pollas. Los del viejo continente siempre hemos sido muy especiales para estas cosas.