martes, 28 de diciembre de 2010

Mariconadas.

Hace cinco años ni me imaginaba que trabajaría como psicólogo en una asociación de personas con discapacidad. Sí, he dicho discapacidad. Porque ahora esa es la palabra que mola, el vocablo más educado y adecuado que ha elegido la Administración (lo equivalente al Sistema contra el que luchamos cuando somos teenagers) para romper las barreras de la discriminación.

Los cojones.

Antes fueron minusválidos o disminuidos ("¡Qué barbaridad!", gritarán algunos). Hasta que alguien tuvo la feliz idea de llamarlos discapacitados (sonido de respiración aliviada), pensando que así se resolvía todo. El problema es que no sólo es un término que chirría, sino que (pongo la mano en el fuego) en un plazo de quince años se volverá a cambiar la definición a algo más buenrollista, al estilo de "personas con funcionalidades diferentes".

Un ejemplo práctico: ¿qué es mejor: decir "personas sordas" o "personas con discapacidad auditiva"? Di la palabra sordo en alto y despídete de cualquier ayuda pública o subvención. Luego llama discapacitado a un sordo y cuenta los segundos que pasan antes de que te mire mal (o te parta la cara discapacitadamente). Es curioso que la Administración (sí, otra vez ella) apueste por algo que considera elegante a la par que discreto pero que muchas de las personas a las que va destinado lo ven como un insulto.

Verídico: la publicidad sana obligó a Miguelito a adelgazar y dejar de fumar.


En cuestiones "raciales" (ojo a las comillas) pasa algo parecido: en mi casa es habitual oír hablar de los "negritos", los "gitanillos" o los "chinitos". La explicación de mi madre a tal fenómeno es que el diminutivo suena menos agresivo, más cariñoso. Lo dice para referirse a personas que la duplican en altura, edad o grosor. Personas a las que no conoce absolutamente de nada. Pero en diminutivo, ojo, no caigamos en la intolerancia.

Los negros son negros, al igual que hay gente blanca, amarilla, roja, aceitunada o fucsia si hace falta. Usar el nombre de un color es tan válido como hablar de personas altas, bajas, gordas, delgadas, feas o guapas. Lo intolerante no es nombrar colores, lo intolerante es raparse la cabeza e ir apaleando a todo inmigrante que se te cruce en el camino. Hay que tenerlos bien puestos para llamarlos "
afroamericanos" (no sé los demás, pero yo aún no tengo la habilidad de saber si una persona viene del Congo o de Florida con sólo mirarla) o "personas de color" (¿significa que yo soy una persona sin color? ¿En qué momento lo perdí, o mejor dicho, en qué momento se tiñeron ellos?).

Hay quien opina que hay que ser cautos con el lenguaje porque puede condicionar nuestro modo de pensar. Y creo que es totalmente cierto: los eufemismos y la elegancia al hablar nos hacen quedar, en la mayor parte de los casos, como gilipollas.

Mariconadas. Eso es lo que pienso yo. Mariconadas.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Prácticamente perfecta.

Cada cierto tiempo mi cerebro tiene la necesidad de hablar de uno de los pilares básicos de mi vida: Mary Poppins.


Ella es, con diferencia, el mejor personaje de ficción, la mejor mujer, y la más perfecta persona que ha existido jamás. Si yo pudiera ser como alguien, sería como ella: disciplinada, inteligente, elegante (al mismo tiempo que seductora), cae bien, canta bien y es capaz de hacer muchos trucos. Pero lo que me inquieta de ella es su verdadera naturaleza, sus intenciones claramente ocultas, sus motivaciones en la vida...

Este momento me produce una erección.


El otro día, intercambiando opiniones con una amiga, me di cuenta de que quizá la imagen que tengo de ella no sea la más apropiada... o sí. Me explico: Mary llegó sin que nadie se lo pidiera (al menos de manera directa), hizo que todos se quedaran enganchados a ella y, cuando ya los tenía enamorados hasta las trancas, los abandonó sin despedirse. Eso es lo que yo llamo "ser una auténtica hija de puta" (en el buen sentido, que conste). Lo mejor de todo es que, cuando se va (el mayor gesto de crueldad que pudo tener) todos la siguen amando. Inexplicable. Perfecta.
Esto que digo me parece aún más evidente cuando pienso en el pobre de Bert: es bastante obvio él que siente algo especial por Mary y sin embargo, cuando ella se va, no se le rompe el corazón sino que sonríe al mismo tiempo que se despide con cortesía. El sueño de mi vida.


Mi amiga me dio otra visión totalmente diferente: ella es la trabajadora social perfecta. Va a donde las familias tienen problemas, les ayuda a resolverlos y, cuando ya ha hecho todo su trabajo, se va. No es una Mary cruel, sino todo lo contrario: su misión en la vida es guiar a la gente hacia la felicidad.
Se marcha cuando su trabajo está realizado y no puede atarse a nadie porque la libertad es parte de su naturaleza (recordemos que Mary llega y se va con el viento del este). Ella es el viento que renueva el aire de las familias intoxicadas, lo que hace que nadie pueda odiarla al final. Todos entienden, especialmente Bert, que ella no puede quedarse más (lo cual la convierte en la peor persona con la que podrías casarte, por cierto).


Cerca del final de la película, cuando Mary mantiene su último diálogo, hay una frase que apoyaría la primera visión: "Practically perfect people never permit sentiment to muddle their thinking" ("Las personas prácticamente perfectas nunca permiten que los sentimientos confundan a su razón"). Curiosamente, en la versión doblada al castellano, esa frase es sustituida por otra más adecuada a la segunda teoría: "Aunque me importara, otros niños también me estarán esperando en sus casas". Esto me hace pensar que en realidad, aunque muchos la veamos como un recuerdo común de la infancia, es inevitable que cada uno conozca a una Mary Poppins diferente.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Mascando fósforos para arder de amor (lujuria).

Lo reconozco: no soy una de esas personas que suelen leer. Mi media debe andar entre los tres o cuatro libros al año. Libros de dudosa calidad, por cierto. Más allá de la ciencia ficción, la fantasía, la novela negra, el ensayo científico (sobre neurociencia exclusivamente, que tampoco me voy a tirar de la moto) o el género zombi, sólo uso los libros para que las mesas dejen de cojear. Vamos, que soy la carnaza perfecta para los best-sellers.

Aunque recuerdo que años atrás, cuando estaba en secundaria (Oh my Gosh!, prefiero no echar cuentas), las lecturas obligatorias me dieron la oportunidad de descubrir otras formas de literatura que me acabaron encantando. Para mí, la narrativa sudamericana fue un gran descubrimiento.

Lo que más me gustaba era lo que los expertos (no seré yo) llaman el realismo mágico: historias en las que fantasía y realidad se mezclaban de una forma empalagosa pero encantadora. Igual que hay personas a las que les gustaría que en la vida hubiese una banda sonora, mi sueño siempre fue que vivir escenas propias de novela latinoamericana.

"León hambriento atacando a un antílope" (Henri Rousseau)

Recientemente he recordado (en mi adolescencia fui un iluminado, luego lo olvidé todo) que en realidad no es tan complicado conseguir que tu vida tenga un poco de ese realismo mágico. Todo depende del matiz con el que mires las cosas, como siempre.

Que tus amigos y tú estéis pasando exactamente por los mismos trámites sentimentales puede ser casualidad, o puede ser que la Diosa Fortuna (esa que sustituye al calvo en el anuncio de la Lotería de Navidad) haya decidido mostrarte un camino paralelo que nunca recorrerás...
Que un chico reaparezca durante un día de tu vida para luego no volver a llamarte jamás puede ser un acto de ruptura, o un extraño fenómeno de amnesia amorosa selectiva fruto de una mala digestión...
Que estés cenando con tres desconocidos que hablan lengua de signos en un bar llenos de osos mientras no deja de sonar música techno a todo volumen puede ser normal en una fiesta gay, o puede ser que Rousseau haya vuelto de entre los muertos para incluirnos en una nueva escena en la que finalmente nos explicará (atención: juego de agudeza visual) quién es el monstruo que se esconde tras las plantas...

Y si aún así no te convence, echa mano de los alucinógenos.

sábado, 30 de octubre de 2010

(E)videntemente.

Si me preguntas cómo será mi vida dentro de cinco años, te diré que no tengo ni puta idea (aunque se me ocurren unas cuantas sugerencias, que no preferencias). Ahora, que si me preguntas cómo será en cincuenta años, te lo puedo explicar con pelos y señales. Quizás asumir que llegue a cumplir los setenta y seis (si me lo permiten el tabaco, el alcohol y mi soberana estupidez) es mucho asumir. Pero como la medicina del siglo XXI anda muy avanzada, no pierdo la esperanza. El caso es que ya sé dónde viviré, de qué manera y, lo más importante, con quién.

Cosas que me llegan a la patata (parte 1): ancianos enamorados.
Tras haber trabajado exitosamente y haberme convertido en un claro referente de la historia de la psicoterapia para sordos, me jubilaré y me retiraré a vivir con mi novio (porque tras años de arduas discusiones, llegaríamos a la conclusión de que no merece la pena estar casados). Viviremos en una casa (nuestra propia, no alquilada) en un pueblo de Galicia, cerca del mar, con dos o tres dormitorios, un par de baños, cocina y salón con chimenea. Y una huertita en la que plantaré tomates, fresas, orégano y tomillo limonero. Conmigo habrá tres gatos (un macho y dos hembras) y mis dos hijos y mis cuatro nietos vendrán a visitarnos un fin de semana al mes.

Sobre esa persona, mi novio de la tercera edad, poco tengo que decir. En realidad tengo la corazonada de que si hablo mucho de él, romperé el hechizo y nada se cumplirá. Basta decir que ya sé quién es, con nombre y apellidos, y de qué manera nos reencontraremos tras una trágica ruptura y décadas de silencio y abandono mutuo.

Llámame fantasioso si quieres, pero sé de buena tinta que no soy el único que alguna vez ha pensado en su novio de la tercera edad. Al fin y al cabo, lo bueno de los ex (ojo, que me estoy tirando de la moto) es que siempre puedes fantasear con ellos.

martes, 12 de octubre de 2010

Nosce te ipsum.

Ayer me dijeron algo que nunca había escuchado: me explico demasiado.


Por lo visto, cuando quiero decir o hacer algo, me alargo con explicaciones ordenadas, justificadas y detalladas, como si intentase que la persona que me oye capte perfectamente el significado de lo que estoy diciendo y evitando cualquier posibilidad de ser malinterpretado.

Quien que me lo dijo añadió que, en principio, no es algo malo. Para él es positivo que yo sea tan meticuloso por dos motivos: primero, para que no haya equívocos; segundo, para poder tener argumentos que rebatirme. También dijo que, como todas las cosas, explicar en exceso (recuerdo que he usado la palabra demasiado en la primera línea) puede ser malo.

Su teoría es que dando tantas explicaciones intento dar la imagen de tener la razón. Sería algo así como una forma de convencer a la gente de que mis argumentos son los válidos y que las cosas han de hacerse o pensarse a mi modo (algo que también me ha dicho alguien recientemente, y que es cierto).

Todo esto le daría sentido a un par de asuntos: por un lado, cada vez más me da la impresión de que la gente habla "saltándose cosas". Quizá sólo sea impresión mía, que me haya obsesionado con hablar de forma clara y vea fallos donde no los hay. Por otro lado, tal vez sea por eso por lo que siempre estoy buscando la explicación de todo lo que me ocurre. Aunque últimamente empiezo a convencerme de que lo que intento explicar simplemente no tienen explicación.

lunes, 11 de octubre de 2010

Obvia metáfora.

Yo soy el capitán de mi barco. Y mi barco hace aguas.

Hace semanas que hice chocar el casco contra unas rocas y desde entonces hay un agujero por el que se está colando el agua. He dado a mis hombres la orden de achicarla. Mientras mantengan el ritmo, todos seguiremos a flote. Si hubiese prestado atención a las instrucciones que me daban desde tierra, no habría provocado este accidente. Pero yo soy el capitán de mi barco.

La tripulación se ha amotinado y ha dejado de sacar el agua. Dicen que están cansados, que esta no es forma de sobrevivir. Quizá debería haber escuchado la opinión de mis hombres para buscar una solución alternativa. Pero yo soy el capitán de mi barco.
Ahora me pregunto si mis hombres fueron débiles o si yo fui un mal capitán.


Pero tengo suerte: en el peor de los casos, cuando me haya hundido nadie se acordará de mí; en el mejor de ellos, me recordarán como el peor capitán.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Pequeña Miss Sunshine

Esta es la típica historia que me enternece el corazón (por algún lado tenía que notarse mi ramalazo marica, qué le voy a hacer...). Una historia que bien podría ser la trama de la nueva candidata a batir marcas en Cannes, San Sebastián o Hollywood. La historia de Carole Hersee.

La ternura del tecnicolor.
Érase una vez un hombre llamado George Hersee, padre de dos hijas (Carole y Gillian) y encargado de diseñar la carta de ajuste para la BBC. George, quien amaba a sus criaturas más que a nada en el mundo (esto me lo acabo de inventar, más que nada por ir creando ambiente), decidió que la mejor forma de demostrar su cariño sería inmortalizarlas en todos los televisores británicos a altas horas de la madrugada.

Pero el destino quiso que la pequeña Gillian se mantuviese al margen de la fama: con dos dientes menos, su sonrisa no era lo suficientemente agradable para la audiencia. Finalmente, su hermana mayor Carole fue la única protagonista de la carta de ajuste y por ello cobró cien jugosas libras. Junto a ella, una pizarra con la que fingía jugar al tres en raya (¡y con qué naturalidad, caray!) con su muñeco payaso Bubbles.

Carole enseguida se hizo popular: cada día recibía chococientas mil cartas de fans o era entrevistada en cualquier medio. El giro dramático de esta historia viene cuando Carole, abrumada por la fama, decidió desaparecer y crear una nueva vida de progreso y autorrealización. Su imagen pronto fue sustituida por la de una señorita más apropiada para los tiempos que corren (una guarrilla).

La Sra. Hersee figura en el libro Guinness de los Records como la persona que más tiempo ha aparecido en la televisión (un total de setenta mil horas, desde 1967 hasta 1998). Trabaja como diseñadora de ropa y aún conserva a su amigo Bubbles.

Chim-pum!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Trapecistas

El público aplaude.


Los dos suben, cada uno por su escalera, separados, conscientes de que allí arriba se van a reencontrar. Entre ellos hay un gran vacío. Al llegar a la plataforma, él se cubre las manos con talco y sujeta el trapecio. Echa un último vistazo antes de saltar: ella está enfrente, a unos diez metros, preparándose, recolocándose el vestido azul.

Él se balancea, adelante y atrás, cogiendo impulso. Pronto ella empieza a hacer lo mismo. Él se cuelga boca abajo, sujetándose a la barra con las rodillas dobladas; ella lo hace totalmente descolada, agarrando el trapecio con las manos. Se mueven a ritmos diferentes, pero en tres balanceos se acompasan. Aún están lejos, pero cuando se junten ella se soltará, dará una voltereta y se agarrará a él.

Y lo hace, muy rápidamente, con suavidad pero a la vez con firmeza. Aprietan bien las manos para no separarse.

Se están mirando a los ojos, sonriendo, disfrutando del tacto del otro. Pero debe ser breve antes de que el otro trapecio, ahora libre, pierda fuerza y rompa el ritmo. Dos balanceos más y él la soltará. Pero él tiene dudas, tiene miedo de hacerlo mal. No quiere separarse de ella, teme soltarla y perderla en la red. Sólo falta un balanceo para el salto. Pero él piensa que están más seguros si permanecen juntos.

Como una idea fugaz, se da cuenta de que si no lo hace el espectáculo se echará a perder. Se arma de valor y, en el último instante, abre las manos y cierra los ojos. No quiere ver, no quiere saber si ella ha conseguido aferrarse a la otra barra o si ha caído.

Permanece colgado del revés, sin hacer nada, esperando a que el trapecio se frene. Por fin abre los ojos y decide volver a su plataforma. Al apoyar los pies recupera la estabilidad, se da la vuelta y la ve. Ella está en la otra plataforma, sonriente, mirándolo con orgullo, o tal vez con agradecimiento.

Y el público aplaude.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y los Reyes Magos.

Se dice que entre los tres y los cuatro años de edad tiene lugar la primera gran decepción de la vida. Es ese momento en el que pasamos de ser bultos babosos a personitas preguntonas y nuestros padres y madres son nuestra principal fuente de información. El fallo ocurre la primera vez que nos responden con un "no sé" y nos hacemos conscientes de que ellos, lejos de ser perfectos, son tan limitados como nosotros.

No es la única decepción de la infancia. De hecho, no entiendo cómo la mayoría de la gente recuerda esos años como felices teniendo en cuenta la cantidad de palos que nos llevamos: descubrir que Papá Noel o el ratoncito Pérez no existen, ver los cadáveres de todos tus peces y tortugas viajando por el water hacia sabe Dios dónde, descubrir que a tus primos les han regalado ese juguete que tanto deseabas y a ti no, ver a David el gnomo convirtiéndose en árbol...

Luego, la pubertad no está tan mal. Aunque es el momento perfecto para darte cuenta de lo que odias a tu familia o de lo corrupto que está el Sistema (yo también estuve en contra del Sistema, aunque a día de hoy aún no sé lo que es), creo que todo lo malo que ocurre sólo ocurre en tu cabeza. Vamos, que no creo que sea una época decepcionante, simplemente nos volvemos gilipollas durante unos años.

Entre el final de la adolescencia y el principio de la (sub)adultez hay una nueva explosión de decepciones. En mi caso destacaría tres: cuando perdí la virginidad (sí, el sexo está bien, pero la primera vez es lo más torpe, aburrido e insatisfactorio que te puedas echar a la cara), cuando me licencié (cinco años después te das cuenta de que no has aprendido nada y te arrepientes de no haber hecho un FP), y cuando descubrí que los amigos, esos por los que años antes habrías matado, no son para siempre (y en ese momento entiendes por qué tus padres y el resto de los adultos tienen tan pocos).

Decepcionante es pensar que en algún momento de tu vida tuviste exactamente este aspecto.


Luego aún vienen muchas otras: la gran mentira del INEM, los amigos que se emparejan y desaparecen del mapa, o confiar en que eres una buena persona y descubrir que te has convertido en un hijo de puta.

lunes, 23 de agosto de 2010

Mamá, quiero ser lisiado.

Hace unos años, un hombre llamado David Openshaw consiguió convencer a un grupo de cirujanos para que le amputaran las dos piernas, alegando que deseaba prescindir de ellas al ser una parte de su cuerpo que había odiado desde pequeño. El señor Openshaw, por cierto, es padre de dos hijos (lo digo porque en todas las fuentes lo mencionan como un dato relevante).

De entre todos los de su naturaleza, éste probablemente sea el caso mediático más sonado, pero no el único: en el mundo existen miles de personas que, al igual que David, quieren amputarse alguna de sus extremidades al percibirlas como "sobrantes". Es lo que muchos psiquiatras llaman desorden de identidad de la integridad corporal. El nombre fue acuñado por un tal Dr. First (lo juro), el cual también llegó a comparar la viabilidad de la amputación voluntaria con la de las operaciones de cambio de sexo.

A ella nadie se lo echó en cara.


Así de primeras diría que nadie en su sano juicio haría algo así, pero después de pensarlo un rato tampoco me parece tan terrible: la realidad es que para ellos tener piernas o brazos implica un gran sufrimiento. No estamos hablando de un capricho por que sí, sino de una alteración neurológica (aquí lo de aceptarse a uno mismo no tiene cabida). Estas personas viven arrastrando un trozo de carne que les produce malestar y sólo se sienten tranquilos cuando logran amputarse la extremidad en cuestión (lo que le pasa a muchos transexuales, por cierto).


¿Y qué pasa si lo hacen? ¿Le hacen daño a alguien? ¿Por qué imponerles un pensamiento que no es suyo ni lo será jamás? De hecho, los que han llegado a operarse no sólo han superado los objetivos de la rehabilitación física, sino que también han dicho sentirse encantados con su nuevo cuerpo y sus prótesis. La verdad, lo que haga el señor Openshaw (o quien sea) con su body me parece fetén. Mientras lo pague con sus dineros y luego no venga llorando o reclamando indemnizaciones...

miércoles, 4 de agosto de 2010

La experiencia de la semana.

Hoy me he estrenado en esto del nudismo, por lo menos como adulto (que cuando somos niños a todos nos toca caminar por el mundo en bolas). El lugar en cuestión fue la playa de Bascuas (Sanxenxo), y el motivo fue una mezcla entre aburrimiento por estar en casa y curiosidad por conocer algo nuevo.

"Adán y Eva" - Alberto Durero


Salí de casa, cogí el coche y puse la radio a todo trapo hasta que me planté allí. Una vez tumbado miré a mi alrededor y me di cuenta de una cosa bastante notable a la vista: la playa estaba llena de familias felices, de esas que luego van al Burger King, y (muchos) chicos gays, la mayoría en parejas. Me sorprendió ver a tantos como en cualquier local de ambiente (de los de éxito, no de esos otros antros en los que entras y sólo hay subpersonas), como si existiera algún cartel invisible que la anunciara como una playa de ambiente. También puede ser que sí existiera tal cartel y yo no lo hubiera visto.

Ahora tengo la corazonada de que no es algo exclusivo de aquí, sino que ocurre en casi todas las playas nudistas. Y me pregunto por qué existe una asociación tan obvia (casi tópica) entre el nudismo y la homosexualidad. Por lo pronto sólo se me ocurren dos hipótesis: o bien es por la necesidad de demostrar que la mente gay es tan abierta que está por encima de todas las convenciones sociales (y qué mejor forma de demostrarlo que desnudándose en público), o bien es porque tenemos tantas ganas de ver penes que vamos a donde más facilmente se pueden encontrar (sí, esto roza el cochinismo voyeur).

Por mi parte aún no tengo muy claro qué se me hizo más raro: estar desnudo rodeado de gente, o ver a tanta gente desnuda a mi alrededor. Lo que sí tengo bastante claro es que la experiencia más enriquecedora del día ha sido el humillante paseo del agua fría a la toalla, a la vista de todos, con mi-otro-yo más encogido de lo que recuerdo jamás. Supongo que es el inconveniente del nudismo.

miércoles, 21 de julio de 2010

La vergüenza (o Apocalipsis 2.0).

Hubo un tiempo en el que yo tuve una cuenta en el Fotolog, la cual se borró accidentalmente. Cuando aún estaba en pleno duelo decidí crear una segunda cuenta para poder continuar con mi aportación social. Ahora que lo veo con cierta perspectiva, respiro aliviado al saber que ciertos recuerdos que en la actualidad me provocarían vergüenza han desaparecido en el infinito de la red. Y me pregunto cuántas personas habrán cerrado sus flogs de forma deliberada para borrar episodios del pasado.
Esta idea me vino a la mente la semana pasada, hablando precisamente del Fotolog. Durante esa conversación me surgió una idea que bien podría ser el argumento de una película de serie B: imaginé un nuevo apocalipsis, pero no uno de esos con meteoritos, ni zombies, ni máquinas superinteligentes. Vi un fin del mundo en el que todas las cuentas de Fotolog que alguna vez existieron y fueron borradas se reactivaran y volvieran a ser visibles a los ojos de todos, así, sin explicación aparente, como un fenómeno paranormal.

Hasselhoff: del germano Hassel (el que no lleva) + Hoff (ropa interior).

La pudorosa adolescencia de millones de (sub)adultos saldría a la luz. Todas esas fotos de nuestro pasado que pensábamos que molaban volverían a la vida para atormentarnos. Todos esos textos con los que nos sentíamos filósofos, literatos o simplemente guays sólo servirían para dejarnos en evidencia. Sería la vergüenza.

Los primeros en sufrirlo serían los propietarios de los egologs, pobres víctimas de una adolescencia marcada por la inseguridad y una baja autoestima. Morirían devorados por especies superiores sin posibilidad de defenderse.

Luego caeríamos (y aquí me incluyo) los que usamos el Fotolog como vía de expresión humorística/artística. Nos daríamos cuenta de lo poco originales que eran nuestros chistes y de la nula capacidad que teníamos para apreciar la belleza del mundo. Moriríamos a manos de nosotros mismos, suicidándonos de maneras peculiares para intentar abandonar el mundo con gracia (pero no lograríamos hacer reír a nadie).

Finalmente desaparecerían los ignorantes, los que escribían en latino (que no en castellano), los que escribían punto (.) después de la interrogación (?), los que no diferenciaban entre haber y a ver, los terroristas de la lengua a los que les daba igual c que k y escribían mezclando MayÚsKUla$ y miNú$kuLAs... Perecerían por inanición, al ser rechazados y discriminados por las castas superiores (que todo el mundo sabe que son la gente culta e inteligente).

Todos los demás irían desapareciendo lentamente sin apenas llamar la atención: los fotologueros románticos, los que se crearon una cuenta y sólo actualizaron una vez, los críticos musicales y cinematográficos...

Sólo sobrevivirían aquellos que jamás crearon una cuenta en el Fotolog. Un nuevo génesis de personas que nunca fueron 2.0.

miércoles, 14 de julio de 2010

Impredecible.

Si hay algo que se reproduce más rápidamente que los conejos, son las teorías (me escuece oír esta palabra usada con tanta ligereza) sobre las relaciones de pareja: que si buscamos que nuestro novio se parezca a nuestro padre (o a nuestra madre, en el caso de las novias), que si los hombres que más ligan son los que más se parecen a una mujer, que la infidelidad se lleva en los genes...

Una de las más curiosas es la que dice que las parejas más estables y duraderas son aquellas en las que los dos miembros están empatados en belleza. O sea, los feos con los feos y los guapos con los guapos. Me pregunto cómo cuantificó eso quien elaboró el postulado (¿un tribunal de expertos en guapología, quizá?), o qué clase de implicaciones puede tener para el futuro de la raza humana.

Otra, bastante arraigada en la cultura popular, es la que dice que el primer amor es el más grande y el que nunca se olvida. Como Rocío Jurado. Pero, ¿cuál es ese primer amor? En mi caso no acabo de verlo muy claro... ¿La niña que decidió ser mi novia en la guardería? ¿La chica por la que me quedé pillado en el colegio? ¿El primer chico con el que estuve saliendo (no sé si durante una semana o dos meses)?

La última que he escuchado (y que me ha encantado, no por veraz sino por original) es que las relaciones que funcionan son las impares. Es decir: en la primera relación lo das todo, en la segunda estás tan resentido que eres un hijo de puta, en la tercera ya te has recuperado y lo vuelves a dar todo, en la cuarta de nuevo eres un cabrón... y así hasta el infinito (o hasta donde nuestras artes amatorias nos lleven). Aquí la duda está en saber si los polvos, los rollos y los follamigos cuentan, o si sólo tenemos que quedarnos con las relaciones serias.

"Do you love me?", asked the old woman. "As long as you are my ugly number five", was answered.


No tengo absolutamente ningún motivo para creer en ninguna de estas teorías. De hecho, no entiendo por qué algunas personas se obsesionan buscando fórmulas para explicar y predecir su propia historia romántica. Francamente (recomiendo a los sensibles al azúcar que dejen de leer en este momento), para mí lo más bonito del amor es precisamente su aleatoriedad. ¿Qué gracia tendría si pudiéramos controlarlo?

Dos cosas están bien claras: de peces está el mar lleno. Y de tonterías, también.

domingo, 11 de julio de 2010

Lo que me separa de la mala educación.

Estoy en la estación, comprando mi billete de vuelta. Detrás de mí hay bastantes personas haciendo cola. Cuando termino en la ventanilla me giro y me acerco a mi novio. Nos dirigimos hacia la salida para tomar un poco el sol mientras no llega el tren. Justo antes de atravesar la puerta oigo mi nombre. Miro a mi alrededor hasta ver una cara en medio de la multitud. Es una chica, con el pelo echado hacia atrás y unas grandes gafas de sol. Me resulta familiar, pero no la identifico hasta muestra sus ojos y habla: es una antigua compañera de clase.

- ¡Hola Edu! ¿Qué tal?
- ¡Muy bien! ¡Cuánto tiempo! ¿Y tú qué tal?
- Bien. Que... ¿de paseo por Santiago?
- Sí, vine a ver a mi chico. Está ahí - le señalo hacia atrás.

En ese momento recuerdo que tengo la mala costumbre de no presentar a la gente. Puede que sea mala educación, o simplemente que soy despistado. Para evitar confusiones e ir corrigiéndome decido presentárselo. Le pido que se acerque, que quiero presentarle a una amiga. En ese momento me doy cuenta de mi error.

¡Mierda!
No recuerdo su nombre.
¡Joder!
¿Y ahora qué hago?
¡Me cago en mi vida!
Ya no puedo volver atrás. ¡Piensa algo, rápido!

- Este... es Aser... mi novio - pronuncio lentamente para hacer tiempo.
No me queda otra opción. Me lanzo.

- Ella... es... una compañera de clase - dijo casi susurrando para disimular.

Mientras se saludan me fijo en su cara para tratar de averiguar si se habrá dado cuenta de mi despiste. Parece que no, pero no estoy seguro. Ella empieza a hablarme de su vida, del curso, de la gente. Yo muevo la cabeza arriba y abajo, mostrando interés, pero no escucho la mitad de las cosas porque no dejo de buscar su nombre en mi cerebro.
¡Ya está! ¡Ya me acuerdo!
Ahora sólo tengo que intentar meterlo en mitad de la conversación, con naturalidad.

- No veas el lío que tuvimos Cris y yo con los créditos. No sé si te enteraste... - me dice.
- Sí, algo comentó. Mandó un email diciéndonos "Ido y yo tuvimos muchísimos problemas con lo de la beca..." - respiro aliviado sabiendo que ya lo he resuelto, tarde pero eficazmente.


Mi vida es un cúmulo de despistes y olvidos. Recuerdo que hace años podía recitar mi libro de biología de memoria, palabra a palabra, con comas incluidas. Hoy no hago más que sudar frío cada vez que me encuentro con alguien conocido. No será la última vez que me falle la atención (o la memoria, no lo tengo muy claro), o que directamente quede como un maleducado. Supongo que es normal, que quienes me conocen tienen motivos para pensar eso. Esto me pasa por beber.

martes, 29 de junio de 2010

Lo que falta es talento; lo que sobra...

Conduciendo hacia la playa oigo en la radio el anuncio de una academia de idiomas. No recuerdo las palabras exactas, pero viene siendo algo así:


Una entrevista de trabajo sin inglés: "El siguiente..."
Una entrevista de trabajo con inglés: "Ya le llamaremos..."
Una entrevista de trabajo con inglés de [nombre de la academia]: "¿Cuándo puede incorporarse?"


Nada más oírla, recuerdo, pienso y me río. Recuerdo cuando era pequeño, y en el colegio me amedrentaron con la fatalidad, letal de necesidad, de no saber inglés (una amenaza que mis profesores se empeñaron en mantener hasta hace bien poco). Pienso en que, mirando hacia atrás, la situación pinta absurda. Y me río de mi ignorancia y la de todos los que caímos (y siguen cayendo) en esa trampa.
Nos hicieron creer que sin inglés no llegaríamos a ningún lado, que no accederíamos a ningún puesto de trabajo, que no seríamos más que despojos. Años después me topo con que, efectivamente, me ha sido muy útil: para entender las letras de las canciones, leer artículos de ciencia (¡argh!), manejarme en Internet o darme un paseo por Irlanda. Pero para ser más capaz de todo, ni de lejos.
No conozco a nadie (exceptuando filólogos y traductores) que haya necesitado jamás el inglés para progresar como persona, ni proceso de selección en el que haya contado lo más mínimo el saber idiomas. Años y años comiéndonos el tarro, en un país en el que ni el presidente del Gobierno se puede valer por sí mismo para hablar con personalidades de fuera.

Con lo fácil que pudo haber sido...


Recuerdo algo que viví durante la carrera: un profesor nos dio a leer tres artículos en inglés como trabajo obligatorio para aprobar la asignatura, recalcando con bastante prepotencia que si no aprendíamos a manejarnos en ese idioma no llegaríamos a ningún lado. Uno de mis compañeros le preguntó si nuestro trabajo tendría que estar también redactado en inglés. Él contestó que no, que se lo entregásemos en castellano, que él no sabía inglés. Con dos cojones.

domingo, 23 de mayo de 2010

Es todo un sueño.

Sólo los diamantes son para siempre. Todo lo demás, incluyendo las series de ficción, tienen fecha de caducidad. Y esta noche, en unas horas, tendrá lugar una de esas muertes televisivas que quedarán grabadas en el cerebro de unas cuantas personejas. Esta noche muere Lost.
No es que la serie sea un fenómeno (no, no lo es, y lo digo como un gran seguidor), sino que el fenómeno es el que se ha construido alrededor de ella. Cuánto dinero, cuántas pasiones y discusiones, cuántos hábitos modificados por una serie durante tantos años, desde aquel primer momento en el que conocimos la isla, los personajes, lo extraño...

No dejo de pensar en la fragilidad del momento que ocurrirá en unas horas. Me explico: es requisito imprescindible para que una serie sea recordada que su capítulo final sea o muy decepcionante o muy bueno. Y una cosa voy a decir: con total seguridad, con Perdidos ocurrirá una de esas dos cosas. Pasará a la historia jugándose su reputación a todo o nada. Estoy seguro de que esta noche pasará al infierno (regentado por Antonio Resines desde su impoluta cama) o al Olimpo (donde viven David el gnomo y esposa en forma de cerezo).*
Sea como sea, lo que más me preocupa en realidad es saber qué habrá después. No recuerdo haber vivido el final de una serie en toda mi edad adulta (¡glup!), así que tengo muchas preguntas: ¿qué pasa cuando algo tan grande acaba?; dentro de unos meses, ¿habrá sentimientos de pena o morriña?; ¿y dentro de diez años?...
Mañana viviré una hora y media muy intensa. Lo que me perturba será todo lo que venga después.


*Advertencia para quienes vayan a madrugar para ver el último capítulo: sed conscientes de que si es decepcionante, el hecho de madrugar va a multiplicar la decepción por dos (pero no tendrá tal efecto si el final es prometedor)
.

viernes, 7 de mayo de 2010

La máquina que lee.

La ciencia, a pesar de lo recta y digna que parece, es una casa de putas. Al igual que la ropa o la música, también va por modas (que no duran más de 20 años, por cierto): en las últimas décadas hemos vivido la era atómica, la informática, la genética y ahora estamos en el apogeo molecular y de la nanotecnología. Yo me imagino que todo esto funciona gracias a las confabulaciones de un grupo de ancianos científicos nerds que, ocultos entre la sociedad, lo deciden y controlan todo.


Sean quienes sean, creo que se están olvidando de cuestiones éticas y morales fundamentales. Y no me refiero a los debates ya quemados sobre la clonación, la comida transgénica, el acelerador de partículas o el aborto de la gallina. Me refiero a cuestiones mucho más elementales, más de la vida diaria.


Quiero entender cómo un científico de la NASA puede dormir tranquilo sabiendo que
gasta millones de dólares en proyectos tan sofisiticados y olvidarse de que, teniendo todos los recursos que tenemos, hay inventos y descubrimientos muchos más importantes que una piedra flotando en el espacio y que aún no han sido creados a pesar de estar en la mente de cualquier ciudadano de a pie.


Y es que no comprendo cómo es posible que, habiendo cuatro formas diferentes de introducir el ticket en la máquina del parking (al derecho o al revés, boca arriba o boca abajo), sólo una de ellas sirva para que se suba la barrera. Habremos puesto un pie en la Luna y ruedas en Marte, pero yo seguiré fallando el 75% de las veces que quiera sacar el coche de un agujero.


¿En serio a nadie se le ha ocurrido solucionarlo o es parte del complot de esos perversos científicos que dirigen el mundo?

lunes, 3 de mayo de 2010

Ibuprofeno.

La Teoría del diseño inteligente viene diciendo que los seres humanos somos tan complejos y perfectos que es imposible que seamos un resultado aleatorio de la evolución, sino que necesariamente tuvimos que ser creados por un agente inteligente superior (un dios).


Diseño inteligente lo llaman...


¿Se considera diseño inteligente tener un apéndice en el intestino cuyas tres únicas funciones son infectarse, provocar dolores espantosos y ser extirpado (e introducido en un bote si quieres conservarlo)?


¿De verdad el diseño es tan inteligente cuando tus amígdalas sólo están ahí para infectarse, hacerte perder la voz y dolerte cada vez que tragas (ese círculo vicioso dolor - pastilla para el dolor - más dolor)?


¿En serio es de inteligentes que haya más piezas dentales que espacio en tu boca? ¿Es inteligente que las muelas del juicio sólo estén para doler (¡qué novedad!), para torcerte todos los demás dientes y para ser arrancadas?


¿Ese agente inteligente superior no se planteó ni por un segundo que a lo mejor esto del dolor innecesario tiene poco de inteligente y superior?

"Headache" - ROB-SHERIDAN.com


Me consuela saber que si el hombre fue creado a imagen de Dios, probablemente ahora mismo Él esté en la consulta de su dentista, esperando a que le arranquen inteligentemente unas cuantas muelas.

sábado, 24 de abril de 2010

Cronómetros

Entiendo que a día de hoy es imprescindible saber exactamente la hora que es y el tiempo que te lleva hacer cualquier cosa. Aunque eso siempre me produjo cierta ansiedad. A veces pienso en cómo vivían las personas en el siglo XV, sin tener que estar constantemente mirándose la muñeca para apurar cualquier asunto. Me imagino que sería más bien una cuestión de intuición, que cada uno mediría el tiempo a su manera para organizar la jornada. Algo como lo que hago yo todos los días.

Por ejemplo...

...si estoy caminando, cuento los minutos con canciones (y sé que no soy el único que lo hace). Ir desde mi casa hasta los cines me lleva unas 5 canciones (4 si son de la radio y le añadimos las cuñas). Esto cambia si en vez de estar en movimiento estoy sentado y leyendo: ir de Pontevedra a Santiago en tren me lleva unas 50 páginas de novela aproximadamente o un vistazo general a la Cinemanía.

Para las horas tengo dos opciones: si es de día las mido en películas (un viaje en bus hasta Madrid me da para 2 películas largas, o 3 normales), y si es de noche lo mido en ciclos del sueño (sabiendo que mañana tengo que madrugar, debería volver a casa a tiempo para un par de ciclos).

Cuando el asunto es cuestión de meses, uso los cortes de pelo. Y así hay relaciones de pareja que duran lo que te lleva volver a pasar por la peluquería.

Y si estamos hablando de años, yo hablo de estudios. Muchas veces pienso que me gustaría vivir en mi propia casa, con una familia y un par de gatos en lo que me llevaría volver a estudiar Psicología.



Existe una teoría (el Big Rip) que dice que el universo se expande cada vez más rápido. Y que llegará un día en el que todo estará tan separado que la propia tensión rasgará el universo. Incluso el tiempo, algo tan aparentemente sólido, se rasgará. No es que vaya a detenerse, sino que dejará de existir, literalmente.
Es como un collar de abalorios: si lo tensas mucho, se rompe la goma y todo sale disparado en todas direcciones. Y entonces no bastará con volver a unir los extremos de la goma para rectificar, sino que el collar, si ya no tiene abalorios, simplemente ya no es un collar.

miércoles, 14 de abril de 2010

Deus ex machina.

Primer dato...


Bertrand Russell (filósofo británico) creó a mediados del siglo pasado una analogía sobre la falsabilidad de cualquier religión. A esta analogía se la conoce como la tetera de Russell, y dice lo siguiente:


"Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes.


Pero si yo dijera que -puesto que mi aseveración no puede ser refutada- dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías.


Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores."




Segundo dato...


Los manuales actuales de psiquiatría dicen que un delirio religioso es cualquier creencia falsa de naturaleza religiosa. Eso sí, debe estar fuera de lo que se considera normal para el contexto social del paciente.


En otras palabras... Si muchas personas creen que hace mucho tiempo vino a la Tierra el mismísimo hijo de Dios para salvarnos a todos, están en lo correcto. Pero si yo digo que soy el hijo de Dios venido a la Tierra para salvarnos a todos, soy un psicótico (me pregunto entonces cuál sería el diagnóstico de Jesucristo de haber nacido hoy en día).


O planteándolo de otro modo... Pongamos que en mi pueblo todos creen que la lluvia es la sublime orina de un ser omnipotente con aspecto de lagarto multicolor. Pongamos que yo soy el único de mi pueblo que cree que es un fenómeno meteorológico corriente en un mundo (quizá) creado por el Dios de los cristianos. Los manuales de psiquiatría dirían que padezco una enfermedad mental.


Me llama la atención lo difícil que es diferenciar entre imaginación, fe y realidad.


Dicho esto, dejo la siguiente pregunta en el aire: ¿Qué relación hay entre el descenso del número de piratas y el aumento de la temperatura global durante los últimos 200 años?


La respuesta: Carta de Bobby Henderson al Consejo de Educación de Kansas (en inglés o en cristiano).

jueves, 8 de abril de 2010

Mírate, mírame, y llora.

No me gusta nada la gente que grita. Más allá de ser irritante para mis oídos y mi cabeza, me parece una muestra de vulgaridad, mala educación y falta de madurez. Quizá por eso odio tanto los programas de Telecinco.


Pero hay algo que me molesta aún más: la gente que ME grita. Como si fuese sordo. O estúpido.
Cuando alguien me grita, se gana un billete express al escalón de la calaña más bajuna. Pierde por completo la posibilidad de ponerse a mi altura, de ganarse mi admiración, respeto, interés o simple curiosidad.


Para mí, la mejor forma de desafiar a alguien no es ni subiendo la voz ni amagando arrear hostias. La mejor forma de hacerlo es con la más absoluta serenidad, la mirada fija y relajada, la sonrisa del psicópata (muy parecida a los "dientes, dientes" de la Pantoja) y la articulación del lenguaje más lenta y elegante que se pueda imaginar. O mejor aún, con el silencio. Llega un momento en el que incluso llegas a oír los pensamientos de la persona que tienes delante, ahogándose poco a poco en el ridículo y la incomprensión.



Y lo a gusto que se queda uno después...


Si a Supernanny le funciona, a los demás también. Y más aún teniendo en cuenta que la mayoría de los hombres son (somos) unos lerdos poco preparados para soportar la tortura psicológica.

martes, 6 de abril de 2010

La paja en el ojo ajeno.

Esto de la sociedad avanzada y liberal, la cultura global de la información y el buen rollo anti-retrógrado no es más que una patraña. Hablando claro, en el sexo hay dos asuntos públicamente silenciados que me preocupan: el primero, los prejuicios contra la masturbación femenina; el segundo, la naturaleza de las fantasías sexuales de los hombres.


Por un lado, como digo, la rumorología popular dice que las mujeres no se masturban. O lo hacen menos que los hombres. Y si lo hacen, seguro que están haciendo mal (casi puedo oír al foro de la familia gritando: ¡Cerdas!).
Por mucho que Bibi(ana Aído) nos hable de paridad y demás movidas progre-guays aún estamos a años luz de ver a hombres y mujeres como iguales, por lo menos en el sexo. Pongo un ejemplo: así de primeras se me vienen a la cabeza siete formas diferentes de llamar a la masturbación masculina (haced cuentas y a ver si me sugerís alguna que no conozca). Y sólo dos nombres para la femenina. Y no es casualidad.


- Ellas no se tocan -nos decimos a nosotros mismos-. Son demasiado limpias para hacer algo así. Ni cagan, ni eructan...


Un hombre que se toca a diario es un hombre sano, o un pajillero en el mejor (ojo, que digo mejor) de los casos. Pero si lo hace una mujer, es una viciosa insatisfecha. En nuestra cultura, masturbarse es cosa de varones. Por eso tenemos que buscar tantos nombres diferentes para lo nuestro (y tan pocos para lo suyo).



Por otro lado, durante un tiempo me he tenido una gran duda: ¿en qué piensan los hombres cuando se masturban? A más de uno se lo he preguntado ya, pero sigo sin tener una respuesta clara. Supongo que a mí tampoco me gustaría que me hicieran esa pregunta, más que nada por miedo a quedar mal. Lo veo lógico.
Quiero decir que nadie nos ha enseñado a masturbarnos, a saber en qué debemos pensar cuando lo hacemos. En teoría, ningún hombre sabe cuál es la diferencia entre fantasear sanamente y ser un pervertido, ya que no hay forma de contrastarlo. No mientras siga existiendo este hermetismo.


Tal vez deberíamos darle una oportunidad a la libertad de expresión. Sueño con un mundo en el que las mujeres se asomen a la ventana para gritar a los cuatro vientos que se han tocado. Un mundo en el que los hombres se recomienden sus pensamientos más satisfactorios los unos a los otros como si fuera el catálogo de películas de IMDb.

sábado, 27 de marzo de 2010

Cicatriz (II).



Habían pasado casi tres años desde la última vez que había hablado con él. Tardé en reaccionar cuando la directora de diseño me pidió que me reuniera con Alejandro, "el nuevo fotógrafo de Coruña que iba a colaborar en el próximo número". Me encontré con él en una antigua cafetería del Barrio Gótico y aunque ya llevábamos más de media hora intercambiando opiniones sobre la nueva editorial, la tensión era más que evidente. Al poco nos pusimos a recordar el último año de la carrera.


- Es una pena que cada uno se fuese por un lado. Yo ya no tengo noticias de casi nadie. Éramos una gran pandilla...
- Supongo que es lo habitual -levanté los hombros intentando quitarle importancia a su comentario-. Tampoco hicimos muchos esfuerzos por mantener la amistad.
- Fuimos unos imbéciles -dijo sonriendo mientras miraba su taza café.
- Fuiste un imbécil -le corregí conteniendo mi rabia.


Su sonrisa desapareció al instante y sus ojos se clavaron en los míos con violencia. Se hizo un silencio incómodo que pareció durar una eternidad, hasta que volvió a mirar abajo y continuó removiendo la cucharilla.


- ¿Supiste algo más de ella? -preguntó intentando disipar la tensión.
- No... La última vez que la vi fue el día antes de que os marcharais a Roma. ¿Y tú?
- No, nada. Me dejó al poco tiempo -se hizo otro silencio.


Yo sabía que mentía. Verónica no se había ido, sino que él la había abandonado a las dos semanas de irse a vivir juntos. Igual que con todas las demás chicas con las que había estado. En ese momento me vino una imagen a la cabeza:


- Recuerdo que la misma noche en que me enteré de "lo vuestro" vi el espejo que te había regalado. Yo no tenía ni idea... estaba totalmente roto... ¿Te acuerdas?
- La última chica que me llevé a casa se pasó horas diciéndome que "algo tan feo sólo se merecía ir a la basura" -puso una voz aguda intentando imitarla.
- ¿Y qué hiciste?
- La eché de mi casa, naturalmente -yo no pude reprimir una escandalosa carcajada.
- Me refería al espejo -aclaré entre lágrimas.
- Se fue detrás de ella -empezó a reírse él también.
- ¡Curiosa forma de agradecerle su consejo!
- Fue mi forma de darle la razón... O de decirle que no necesitaba que ninguna mujer dirigiera mi vida.
- ¿No fue suficiente con robarme a Vero, dejarla tirada y arruinar tu vida, que aún necesitas cagarla con todos cuantos se acercan a ti? -aquel comentario me había salido sin pensar. Arrepentido, escondí las manos bajo la mesa para que no notase mi nerviosismo.
- Supongo que me equivoqué desde el principio -me contestó con sorprendente tranquilidad-. Tenías razón, Gabriel... Sólo vi lo que quise ver. Y perdí mucho. Fui un imbécil.
- Sí -nos miramos fijamente-. Lo fuiste.


Continuamos charlando un par de horas más. Nos despedimos con un abrazo y nunca más volvimos a vernos.

domingo, 21 de marzo de 2010

Cicatriz (I).

Estábamos tan entretenidos hablando de viejas historias de la universidad que ninguno de los dos recordaba la hora que era. Sólo cuando sonó el reloj de la cocina nos dimos cuenta de que ya era medianoche. Hacía un cuarto de hora que habíamos quedado con el resto de la pandilla, así que apuramos la última copa de Cointreau de un trago y salimos hacia la entrada de un salto. Gabriel estaba más acostumbrado al alcohol que yo, y no tardó más de tres segundos en vestir su abrigo y su bufanda. Yo me tambaleaba y peleaba con mi chaqueta, intentando meter los brazos por las mangas, cuando él llamó mi atención:


- ¿Qué hace eso ahí? -seguí su mirada y me di cuenta de que hablaba de un espejo que colgaba junto a la puerta del recibidor.


Era un espejo ovalado del tamaño de un plato, con un delgado marco negro de madera. Una grieta con forma de telaraña recorría el espejo desde el centro hasta el borde, como si se hubiese caído alguna vez rompiéndose en varios pedazos. Entre algunas de las juntas incluso se podían ver restos de cola seca.


- Reflejar cosas, como tu careto de borracho -le contesté con sarcasmo.
- ¿No te parece que perturba un poco la armonía de este hogar? -dijo con tono pedante intentando molestarme.
- A mí me gusta...
- Conociéndote seguro que sí.
- ¿Qué pasa con el espejo? -respondí sin entender muy bien su actitud.
- Bueno... un espejo roto ahí, a la vista de cualquiera, no es precisamente el adorno que necesita esta casa. ¿Por qué no lo cambias? -preguntó con suspicacia.
- Porque fue un regalo de una persona muy especial. Aunque sea feo, para mí nunca habrá un espejo tan valioso como este y quiero que todo el mundo lo vea. Por todo lo que representa... no voy a cambiarlo.
- No dudo que le tengas cariño, pero es un espejo inútil. El propósito de los espejos es devolver una imagen clara y ese ya no lo hace.
- Para mí sigue siendo lo suficientemente útil -le contesté ofendido.
- Pero seguirá siendo un espejo roto -continuó él intentando convencerme-. Su reflejo siempre estará deformado y no te dejará ver la mitad de las cosas.

"Pero es que a lo mejor lo que yo necesito es un espejo roto", pensé mientras cogía las llaves. Por un momento había dudado de mis propios argumentos, así que preferí guardar aquellas palabras para mí. Al ver que no le daba réplica, mi amigo interpretó el silencio como una victoria. Salió de la casa y yo le seguí. Antes de apagar la luz pude ver una sonrisa orgullosa en su cara.



Tardé bastante tiempo en descubrir quién de los dos tenía razón.

sábado, 20 de marzo de 2010

El día en que te fuiste a tomar por saco.

El mundo es ya tan cómodo y avanzado que no podríamos concebirlo de otra manera. Somos yonkis de la tecnología. Ahora, eso nos hace tan frágiles que el día en que tengamos que comernos una hostia nos vamos a tragar todos los dientes, uno a uno. Con cuchillo y tenedor.

Si algún día Internet dejase de funcionar el mundo entero se vendría abajo. Algo que en realidad no es tan imposible actualmente. Un chispazo bien fuerte en un par de ciudades y todo se iría a tomar por culo. Así de fácil.

Adiós a la economía mundial, a las telecomunicaciones, a la ropa hortera de segunda mano del Ebay, a los vídeos de gatos del Youtube, a los ligues del Badoo, a las pajas en Cam4, a los grupos del Facebook a favor de la "libertad en la red" (malas personas...), a las chuletas de la Wikipedia...


Estoy convencido de que, si alguna vez llegase a ocurrir (y ocurrirá), muchos se suicidarían. Otros viviríamos tranquilos sabiendo que nunca más tendríamos que rechazar invitaciones del Farmville de personas que ni siquiera nos caen bien. Empezaríamos de cero, volveríamos a las bibliotecas, quedaríamos con nuestros únicos cuatro amigos de verdad, jugaríamos más con nuestras mascotas, disfrutaríamos más del sexo en pareja...

Se dice que no echamos de menos algo hasta que lo perdemos. Quiero creer que no siempre es así.
Y mientras tanto, yo espero pacientemente un apocalipsis zombie para que llegue ese momento.

jueves, 11 de marzo de 2010

Sinceramente, querida, eso no me importa.

Lo mejor de ser adolescente es la ingenuindad. Y lo bueno de ser ingenuo es que el mundo parece simple hasta rozar la estupidez. Tan estúpido como juzgar a las personas como buenas o malas, sin tonos intermedios. Ahora estoy convencido de que es bastante difícil etiquetar a la gente tan a la ligera, que hay villanos y "villanos" y que no todos los santos están cortados con el mismo patrón.

Creo de verdad que las personas en las que más confiamos son las primeras en decepcionarnos (y en traicionarnos si surge la oportunidad). Quizá la confianza sea precisamente el problema... quizá esperamos tanto de nuestr@s amig@s que cualquier desliz (intencionado o no), por pequeño que sea, se magnifica y dramatiza hasta convertirlo en imperdonable. Y por eso cuesta tanto marcar el límite entre lo bueno y lo malo.


Por poner un ejemplo: Scarlett y Rhett (los de arriba) eran malas personas. Muy, muy malas. Mentían, manipulaban, eran egoístas y todas sus palabras, acciones y pensamientos eran de dudosa moralidad. Lo que hoy en día llamaríamos hijos de puta, con todas las letras.
La diferencia entre ambos es que ella no reconocía serlo (incluso se creía mejor que los demás), mientras que él enseguida se lo advertía a quienes se le acercaban (hacía tiempo que había renunciado al honor).
Vamos, que no es lo mismo dar puñaladas por la espalda que darlas de frente y con previo aviso. Yo, si tuviera o tuviese la oportunidad de elegir, preferiría que quien me fuese a fallar me lo advirtiera con antelación, que no es lo mismo ser un hijo de puta que un hijo de la gran puta (a éstos los digiero peor).


En cuanto a las buenas personas... como me dijo una profesora hace unos años: "Fíate más de las putas que de las santas". Aún hoy me lo sigo creyendo, por cierto.

El mundo está lleno de buena voluntad, pero a la hora de la verdad pocos son quienes la tienen. Por eso hace tiempo que perdí mi confianza en algunos/muchos/los seres humanos.

jueves, 4 de marzo de 2010

El punto ciego.

El punto ciego es una pequeña área del ojo en la que, literalmente, no vemos nada. Para resumirlo y que se entienda... es una diminuta zona de la retina en la que no hay ninguna célula que capte la luz y que pueda elaborar una imagen que enviar al cerebro.
Es como una laguna. Un vacío. Más pequeño que una lenteja, por cierto.
Y aún así tenemos la sensación de ver todo lo que tenemos delante de nuestras narices.

Para verlo (o no verlo, mejor dicho), un ejemplo: cierra el ojo derecho y mira fijamente la cruz con el izquierdo; poco a poco ve acercando la cara hacia la cruz, sin retirar la vista de ella; llegará un momento en el que el punto de la izquierda desaparecerá. Ése es el punto ciego.














La coña viene cuando descubres que ese vacío no es tal. Que el cerebro, tan espabilado él, se encarga de rellenarlo de la forma que le conviene. Por ejemplo, pintándolo de blanco.

Si ahora damos otro paso más... vuelve a hacer lo mismo con la siguiente imagen:














Si ha ido bien, habrás comprobado que ahora no hay un espacio en blanco, sino que verás las barras blancas y negras, como si no existiera ningún punto en medio. El cerebro no rellena a lo tonto, sino que lo hace del modo que cree más coherente.

Para hacerlo redondo, el último ejemplo:














Ya no es sólo una cuestión de blanco y negro, ni de simples barras verticales. El cerebro, en mucho menos de lo que dura un parpadeo, puede estudiar el mosaico que rodea a ese punto ciego, identificar los colores que ve y situarlos en el espacio para, al final, poner un parche perfecto.

Me encanta esto del punto ciego porque es el mejor ejemplo de que no todo lo que vemos es real. Mucha cosas que damos por hecho como reales son productos de nuestra mente. Estamos muy acostumbrados a ver lo que queremos ver. O, por lo menos, lo que nuestro coco quiere que veamos.

Normal que luego cada uno vea el mundo a su manera...