domingo, 16 de enero de 2011

Limpia, fija y da esplendor.

Desde hace unas semanas sufro úlceras porque la Real Academia de la Lengua Española ha decidido que sólo ahora se escribe solo. Sin tilde. Y esto es solo (¿os habéis fijado?) la punta del iceberg... Los responsables de semejante acto terrorista son los mismérrimos académicos que, como en Fuenteovejuna, se encubren los unos a los otros para no desvelar la identidad del verdadero culpable.

Estoy hablando de personas conocidas por todos nosotros, no precisamente por sus nombres sino por el gracioso detalle (por lo menos a mí me parece supercuco) de que cada uno ocupa un sillón con nombre de letra. A día de hoy, los académicos sientan sus posaderas sobre un total de cuarenta y seis asientos: más o menos uno por cada letra del abecedario, mayúsculas y minúsculas (seguro que los primeros se creen mejores que los segundos), con algunas excepciones. Y es precisamente este tema lo que más me inquieta de la RAE. Me explico...

Una persona que usa pajarita no es una persona de fiar.


Hasta 1994 existían en nuestro alfabeto dos letras que más tarde pasarían a la historia: la elle y la che. Sería lógico que también existieran sus correspondientes sillones (cuatro en total, suponiendo que hubieran mayúsculos y minúsculos), y sin embargo no son mencionados por ninguna fuente fiable.
Puede que nunca hayan existido, o puede que sí y una mano negra los haya hecho desaparecer de la memoria nacional. Y no sería de extrañar teniendo en cuenta la polémica. Ya me imagino la escena, a modo de película de intriga (thriller para los que hablan guay): luchas internas por el poder, conspiraciones, cuatro académicos asesinados, un detective que no consigue resolver el crimen y, moviendo los hilos en la sombra, un sádico director que pretende cambiar la forma de entender la lengua.

La historia incluso tendría una segunda parte, por supuesto adaptada a temas de candente actualidad: el acoso (o bullying, que mola más), la violencia de género y el color de las bragas de Michelle Obama. Todo empezaría en los barrios marginales de Madrid, con una madre de familia desestructurada que ocuparía el sillón i griega (minúscula) de la RAE. Pronto comenzaría a sufrir abusos por parte de sus colegas, que la obligarían a cambiar su nombre por otro más apropiado: ye. Afortunadamente ella contaría con el apoyo del académico i griega (mayúscula): un hombre de buena familia con el que mantendría un romance extraconyugal. Al final todo saldría bien, ambos volverían a ganarse el respeto de sus compañeros y ella recuperaría las ganas de vivir y la fe en la familia.

No sé por qué nadie ha escrito ningún guión sobre esto. Desde luego, si soy el primero, me voy ya mismo a reservarme los derechos de autor. Pero antes voy a denunciar a todos esos hijos de puta.

2 comentarios:

  1. La eÑe sería el personaje almodovariano de turno, con pendientes de plástico, un pasado turbio y acento de Carabanchel. Lo veo.

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  2. A mí me da un poco de miedo pensar que el futuro de la lengua española está en manos de estos señores. ¡Un abrazo!

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