lunes, 4 de julio de 2011

Mojitos y vodkas.

Me encantan los mojitos. Los amo por encima de todas las cosas e incluso de algunas personas, algo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta que odio el ron. Pero debe ser cosa de la hierba buena, o de la lima, o de los hielos.Vete tú a saber.

Las cogorzas con mojito siempre son amables y divertidas, nunca me han dado una mala resaca y me han acompañado en varios de los momentos más grandes y memorables de mi vida. Desde la primera vez que probé uno (casi accidentalmente) hasta el pasado fin de semana festejando el Orgullo madrileño, donde fueron el chaleco salvavidas de mi salud física y mental. Y es que encontrar mi bebida favorita a seis euros cuando el precio promedio de las copas era casi el doble me vino fetén para sobrevivir al calor, disfutar de las carrozas, los maromos, las drags y demás fauna LGBT y para amenizar una noche que rozaba la incógnita.

Lección básica de supervivencia: no es lo mismo un cruasán que un maromo.
El vodka, sin embargo, es como el perfecto aliado del lado oscuro. Sabe seducirme con su sabor aún siendo consciente de que lo que vendrá después no será nada bueno. Las borracheras con vodka siempre han sacado lo peor de mí: he fingido ser como una de esas prostitutas callejeras que se insinúan practicando felaciones con sus propios dedos, he vomitado bilis mientras me arrastraban por el suelo, he usado mi móvil para enviar los peores mensajes de apertura emocional...

Los cristianos de buen saber acostumbran a dar buen ejemplo de las fuerzas opuestas del universo diferenciando los ángeles de los demonios. Yo prefiero pensar en mojitos y vodkas.

2 comentarios:

  1. El vermú. Te falta descubrir lo que es pasar más de 48 horas bebiendo vermú... inmejorable!!

    ResponderEliminar
  2. Tu post encierra en sí el secreto del karma universal, el ying y el yang, la Biblia en verso. Y poco más he de añadir.
    :P

    ResponderEliminar